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El PP de Marga Prohens ha chocado frontalmente con Vox. Se veía venir. El ataque de furia rupturista de la derecha extrema ha sido por su inquina a la enseñanza de la lengua propia en la escuela. Cuando el PP balear, al que su fundador Gabriel Cañellas dotó hace décadas de personalidad identitaria, pactó hace poco con la tropa de Abascal, madrileñizada hasta el tuétano, se metió en un lodazal denso y profundo.

El mérito de Cañellas fue convertir en su base electoral al grueso de la clase media catalanoparlante. Enhebró un proyecto conservador respetuoso con la idiosincrasia isleña, defensor de sus valores e intereses. A la par, supo mantener atado y bien atado el corral ultraderechista, que mantenía enjaulado en el patio trasero de su partido.

Tras su caída, por egoísmo de Aznar, que sigue mandando hoy día, la derecha más dura ha ido calentando el frente lingüístico, primero con Bauzá y ahora con Vox. La gente de Prohens habrá de elegir pronto entre plegarse ante ellos y transformarse aún más en látigo flamígero de la lengua propia o mantenerse leal a su electorado moderado y catalanoparlante de toda la vida.

Está en juego el centro sociológico, que Prohens, tal y como hizo Bauzá, está regalando a la izquierda. Es una decisión difícil y compleja, como lo es la composición sociológica del Archipiélago. Pero lo fundamental es mantenerse fiel a su gente y sus principios fundacionales.

El PP necesita un 18 de junio de 1940, cuando De Gaulle se negó a aceptar que su Gobierno se arrodillase ante la extrema derecha de Hitler y marchó a Inglaterra a continuar la lucha junto a un Churchill que había hecho lo propio, orillando a los conservadores más derechistas y pactando con la izquierda. Aquella primavera de 1940 determinó la Europa unida actual. Si Prohens es capaz de poner coto a los abusos y chulería de la extrema derecha, habrá ganado el futuro.