TW
1

La Palma literaria de J.C. Llop o la gloriosa de El Terreno son meras evocaciones del pasado que no se corresponden con la realidad. Esta Palma no está a la altura y se demuestra en su propia cotidianeidad. Para que no piensen que es mera opinión de un desencantado me basta referirme a los hechos, y a algo tan fundamental como es el transporte público y la conectividad desde el aeropuerto. La EMT que ahora debe ordenar Antoni Deudero, jurista al que ahora consideraré valiente, es un auténtico caos, una vergüenza y algo absolutamente indigno para la ciudadanía (dejo para otro día lo difícil que es ir en bus para mayores y personas con discapacidad). El problema viene de atrás y tiene su origen en haber convertido el transporte en un instrumento de propaganda y no de movilidad. Les cuento, se me ocurre volver en el bus de todos –gratis pero caro en cuanto a tiempo y comodidad– a mi vuelta de Ibiza este domingo. Toda la paz que me aporta la isla hermana se diluye cuando al llegar y después de una espera ya no cabemos en el bus. El conductor, agobiado como la mayoría, se marcha y nos toca esperar media hora más, no veinte minutos (ya excesivos para una conexión tan vital en una ciudad turística y sobrepoblada). La cola, tal vez por influencia alemana, afortunadamente se respeta salvo una tripulación lowcost; los vapeadores que se cuidan nos tiran todo el humo y se oye música reggaetón. Cuando por fin llega el bus todos hacen gala de esa tarjeta de gratuidad que seguramente hemos repartido a cambio de votos y de manipular conciencias (la EMT tiene un coste brutal). En fin, un servicio deplorable en comparación ya no con Madrid o Barcelona sino con una ciudad más pequeña y organizada como Málaga. Por momentos me planteo pagar un taxi, pero no caigo en la tentación. La EMT debe saber lo que quiere ser y no puede ser un servicio gratuito. Toda la restructuración de líneas no ha servido para nada y la capacidad de ser operativa ha quedado diluida ante un perverso efecto llamada y un mensaje eco que cuesta creer cuando la mayoría de buses que circulan son los primeros contaminantes y generadores de ruido. Me bajo pensando que nos han engañado y que en una operación de maquillaje llevamos años sin abordar la movilidad que propicie lo que todos deseamos. Mientras tanto es normal que quien tenga coche (y no creo que sea cosa de ricos o exclusivo en nuestras islas) use su coche. La tarea es sobradamente complicada y por ello no quiero criticar a Xisco Dalmau o poner demasiadas esperanzas en Deudero. La transformación de Palma debe ser integral, de la propia ciudad y la ciudadanía, aunque esta política actual, con su mentalidad de odio y combate, dudo lo pueda conseguir. Mientras esperamos conviene no criticar a los ciudadanos que, con su dinero, pagan y no colapsan el servicio.