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Si comento lo ocurrido del caso Rubiales es porque creo que es un ejemplo perfecto de lo que suele suceder cuando socialmente se suelen contraponer bienes personales a bienes sociales. Los bienes personales que se han priorizado son los que colectivamente cuentan con mayor posibilidad de disponer de una bondad social y de una mayor aceptación. Para que el lector no se sitúe en un posible error, debo anticiparle que el único personaje que creo que ha sido la víctima del caso es precisamente el que socialmente ha sido inapelablemente sentenciado como culpable. Ante todo debo decir que antes de iniciarse el hecho el Sr. Rubiales se me aparentaba como un personaje bastante pretencioso. Ahora no pretendo decir que lo sea menos, pero que lo es en mucha menor intensidad que la opinión que socialmente ha quedado sentenciada. De todo lo que he visto hay una responsable única y ésta no es otra que la jugadora Jenni Hermoso. Puesto que ésta se abalanzó descaradamente a los brazos del señor Rubiales. Quiero creer que la fuerza efusiva no viniese causada por cuestiones personales, sino por agradecimiento corporativo, debido al impresionante e inesperado resultado deportivo obtenido. Pero el Sr. Rubiales se quedó tan sorprendido que quizás él si lo tomó como algo más personal. Es algo que solamente podría ser aseverarlo por el mismo Sr. Rubiales.

De ello, en primera lectura pueden deducirse dos claras consecuencias; la primera, que si la jugadora Jenni Hermoso hubiese tenido un comportamiento más comedido, con casi toda seguridad no hubiese ocurrido nada de lo que ocurrió. La segunda consecuencia es que una vez realizado el acto sorpresivo la jugadora debería haber reconocido que se dejó llevar por las emociones del momento y que no supo o no pudo controlar su estado anímico. Pero para ello no tuvo el valor ni la templanza necesarias para emitir ese reconocimiento. Es de toda seguridad que la jugadora en su interior tiene que reconocer que debido a esa gran ausencia de sinceridad ha hecho pagar al Sr. Rubiales un calvario que ni el más malvado podría desear para nadie. Y éste es un pesar que en el caso de que no llegue a reconocerlo claramente la atormentará todo lo que le reste de vida. Y no olvidemos que tiene mucha vida por delante. Si personalmente tuviese la menor ascendencia sobre ella le recomendaría que a pesar del desbarajuste causado, para su serenidad, sería mucho menos perjudicial reconocerlo y pedir todas las excusas necesarias antes que escabullirse. Porque si lo reconoce pasará un tiempo duro, pero si no lo reconoce le durará toda la vida. Y la vida, con un mal causado a ese nivel, tiene que ser muy larga. Y mucho más viviendo ambos en el mismo ámbito social.

De todo ese embrollo lo que más me ha maravillado es que haya habido tan poquísimos, por no decir prácticamente ningún comentario defendiendo al Sr. +Rubiales. Y la razón es siempre la misma, el criterio dominante es tan absolutista que se vuelve inapelablemente inevitable, por muy pretendidamente liberal que sea la sociedad en la cual se emiten. Nos quejamos de los tiempos pasados en los que los criterios religiosos o sociales impregnaban hasta la médula todas las opiniones, fuesen éstas en el sentido que fuesen. Pero debemos reconocer que desgraciadamente no estamos en una situación muy superior a la que debería caracterizar a una sociedad abierta, con muchos menos lugares comunes y muchas más aperturas hacia un diálogo franco y abierto.

Oponerse a opiniones mayoritariamente aceptadas, por muy erróneas que puedan ser, también hoy, pueden resultar de muy dificultosa viabilidad social.