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La revolución Francina ha llegado a la carrera de San Jerónimo. Todos los representantes del pueblo tendrán derecho a dirigirse a la Cámara en el idioma que deseen. La presidenta no consentirá ni zancadillas ni chuladas a los tercios del uniformismo castellano. La caverna está rabiosa. Achacan su nombramiento a un pacto entre Sánchez con los soberanistas. Lo califican de invento. No comprenden el fondo de la cuestión. Desprecian lo que ignoran.

Hay que analizar el desarrollo histórico del PSIB-PSOE para comprender que Armengol es el más refinado producto de orfebrería del socialismo balear desde que en los años ochenta Joan March impulsase la corriente Socialisme i Autonomia. Una fecha clave fue 1998, cuando Francesc Antich ganó las primarias del partido, contando, entre otros, con el decisivo apoyo de la Agrupación de Inca, donde destacaba una novel Francina. Se enfrentaron a la candidatura uniformista, heredera del guerrismo, amadrinada por Margarita Nájera. El lema de Antich fue «hemos de ser más PSIB y menos PSOE». Y ganó dos elecciones autonómicas. Más tarde, en 2014, en unas nuevas primarias, el uniformismo volvió a la carga de la mano de Aina Calvo y su compadre, el felipista Ramón Torres. Fracasaron. Francina ganó el pulso histórico y fue presidenta autonómica durante ocho años.

Ahora encabeza el Congreso esta perla cultivada en Mallorca por cientos de socialistas durante un cuarto de siglo. Es la visión de España que tiene el PSIB: plurinacional, federal y plurilingüe. Sánchez sabe que es la mejor, aceptada por catalanes, vascos y la izquierda española en general. ¿Quién da más?

Durante décadas, Mallorca ha exportado hoteles. En la actualidad exporta dirigentes para que en los madriles aprendan cómo se cohesiona un Estado heredero del franquismo, montaraz y excluyente, agrietado e intolerante. Ahora encara el futuro desde la cultura, el respeto y la libertad.