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Dice un ególatra multimillonario australiano, Tim Gurner, cuya única función es firmar con pluma de oro multitud de papeles abajo a la derecha, que «los empleados ganan demasiado y deben recordar que trabajan para sus jefes, no al revés». Sin vacilaciones, ha mostrado al típico individuo codicioso que especula y roba porque le sale de donde no digo y humilla sin vergüenza al resto porque sabe muy bien cómo funciona el entramado mundial: generar pobreza para oprimir al obrero con la malévola intención de incrementar las ganancias a costa de su padecer. No les importa ser el embrión de la escasez mundial con tal de salir beneficiados y seguir siendo intocables porque los ricachones siempre han tenido conciencia de clase; nosotros, dos o tres, arriba; vosotros, billones de súbditos, abajo. Se les han proporcionado las armas para someter al resto y saben que la norma habitual es que estrujando al pueblo siempre vencen. Resulta una utopía imaginar que las clases trabajadoras se organicen para impedir que se apropien del derecho a vivir dignamente porque vivimos en un planeta donde el miedo acaba por corroer cualquier pensamiento de lucha. Para ello agrega que «los despidos masivos podría frenar su arrogancia y mejorar la productividad». Sabe de primera mano que si se palpa «dolor en la economía», aumentando la tasa de desempleo casi un 50 % los trabajadores rebajarán no sólo sus pretensiones si no a ellos mismos. A muchos les resultará atractiva la firmeza de sus inmisericordes palabras, que no le tiemble el pulso cuando se refiere a las personas como ganado porcino, y les gustaría ver a un fulano similar en una serie de Netflix al estilo de House of Cards, poder, dinero, ostentación, lujo y caviar. Sin embargo, no se debe olvidar que es simplemente uno más de los miserables sanguinarios que asesinan al mundo cada día un poquito.