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Faltan pocos días para que se celebre la Nit de l’Art de Palma (dirigida por el entrañable Francesco Giaveri), lo que me brinda ocasión para, por una vez, hablarles de arte. Vaya por delante que comprendo perfectamente el desconcierto que producen algunas obras. Personalmente, cosas como el tiburón en formol de Hirst me dejan indiferente, y happenings, perfomances, instalaciones y ready-mades no me suelen emocionar. Da pereza afrontar el arte contemporáneo porque hemos perdido las referencias, tememos que todo sea una provocación o una burla y desearíamos tener un criterio para juzgar. ¿Qué es el arte, ahora que ya no es la búsqueda de la belleza, ahora que ya no hay una historia del arte con finalidad y destino, una historia teleológica?

Muerta la academia y la crítica, denostado el concepto de calidad, sólo el mercado es hoy juez y árbitro. El arte visual deviene en gran medida indistinguible de sus mecanismos de promoción y mercantilización, como bien supieron Warhol y Dalí. Son cosas del capitalismo y la posmodernidad, de esta posmodernidad globalizada, mediática y todavía andro y eurocéntrica. Vivimos tiempos de profusión teórica (postestructuralismo, feminismo, movimiento gay, neomarxismo y constructivismo, psicoanálisis, formalismo, multiculturalidad y filosofía analítica, entre otros) y el arte del siglo XXI es polifónico. Esta abundancia viene acompañada por la proliferación de modelos y soportes que la técnica proporciona, con frecuencia digitales/virtuales.

Hemos llamado arte a cosas muy diversas. Como concluyó el filósofo Dino Formaggio, «el arte es todo aquello que los hombres llaman arte»; o, como mucho, aquello sobre lo que un número amplio de especialistas llega a un acuerdo provisional. Sea como fuere, el arte es también pensamiento visualizado: ante la dificultad de que un objeto pueda ser reconocido como obra de arte, es fundamental que se entienda la identidad del autor, de quien asume el riesgo de ser criticado por ello.
El arte no ha muerto, aunque lo hayan hecho sus formatos y soportes, y hasta su propia historia. Cambian los modos de vivir, pero permanece siempre la necesidad de pensar la condición humana. El día 23, vayan a la Nit de l’Art.