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Hace unos días supimos de la existencia de ‘Carlitos’, un hermoso ejemplar de ciervo que los vecinos de Linarejos consideraban casi una mascota. En esa aldea de Zamora solo viven diez personas, que lo han visto crecer a lo largo de sus ocho años de vida. El animal se acercaba al pueblo, incapaz de asustarse ante las personas, y paseaba por sus calles. Todos lo consideraban «un amigo», pacífico y tranquilo, cuyo único «delito» había sido pegarle algunos topetazos a los manzanos para degustar la fruta caída. Hubo una denuncia anónima sobre la peligrosidad de ‘Carlitos’, que llenó de estupor a los aldeanos. Y de rabia, porque la Junta, teniendo en cuenta la denuncia, pasó a considerarlo «cazable».

Los vecinos lograron reunir 54.000 firmas para indultar al bicho. No han conseguido nada. Ayer lo mataron, algún cazador le disparó casi a quemarropa, aprovechando la docilidad del animal. Le cortaron la cabeza para que los que le conocían no pudieran reconocerlo. Ahora dicen que no es él, que es otro ciervo. ¿Y qué más da? El problema es que debería dar igual un bicho que otro. En esa región hay lobos, es decir, los animales herbívoros ya tienen depredadores naturales, no hace falta que un imbécil con ansias de sangre se eche al monte a pegar tiros y a matar por placer. A este le habían puesto nombre y se le consideraba un amigo, a los demás no. Todos los toros que acuden a la plaza tienen nombre y se les mata igual. No es cuestión de ‘humanizar’ a las bestias, sino de respetarlas por lo que son. Ahora me dirán que sin la caza el bosque se llenaría de ciervos y habría tal superpoblación que morirían de hambre. Pues muy bien, que la naturaleza se encargue. Ese es su papel. Allí donde reinan los ciervos, manda la naturaleza.