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El comienzo de la legislatura se ha convertido, al parecer, en una carrera de velocidad para el Govern, cuya presidenta, Marga Prohens, no se cansa de ofrecer cada semana suculentos titulares con la puesta en marcha de importantes compromisos electorales. Quizá convendría dosificar tanto ímpetu, en especial para atinar con eficacia en las normas y no quedarse sin cohetería; calcular los tiempos en política es esencial. La última de las medidas adoptadas ha sido la eliminación de la exigencia en el conocimiento de la lengua catalana para el acceso de los profesionales a la sanidad pública balear; más allá de los lamentos postizos conviene recordar que sólo se tratar de una situación de facto consentida por la progresía cuando ocupó en poder en las anteriores legislaturas. Sin embargo, en esta ocasión, lo sorprendente es que con esta decisión el PP cree que va a resolver el problema de la escasez de sanitarios. Ilusos.

Lo primero que debería hacer el Partido Popular es publicar el nombre del asesor, técnico, consejero, monje confesor o topógrafo que les ha convencido de que el catalán es el principal obstáculo para que los médicos y enfermeras –que ya escasean en el resto del Estado– descarten instalarse en las Islas. Resulta que la aversión de los trabajadores públicos por Balears alcanza a la inmensa mayoría de cuerpos estatales, léase Policía Nacional, Guardia Civil o Correos entre otros. El problema no es el idioma, el problema no es otro que la carestía de la vida, desde el precio de la vivienda hasta el de los tomates y pimientos, el pescado y el champú y, por supuesto, el transporte aéreo. A modo de resumen: la insularidad. El conflicto del catalán en la sanidad es la excusa de un par de mesetarios curts de gambals a los que de manera interesada algún medio ha querido glorificar.

La argumentación de Prohens corre el serio peligro de quedar diluida como un azucarillo cuando, dentro de un año o menos, la falta de personal en la atención sanitaria persista. ¿Entonces qué dirá? El ataque a la lengua propia de Balears que se llevó a cabo durante el mandato de José Ramón Bauzá –establecer algún tipo de paralelismo actual es una fantasía– le salió muy caro al PP, por esto parece suicida el volver a las inmediaciones de aquel mayúsculo error. No debería ser tan difícil asumir que cualquier ciudadano de nuestra Comunitat tiene todo el derecho a ser atendido en su lengua por un trabajador público; así de sencillo.

El atractivo de Palma

La consultora Savills sitúa a Palma en el octavo lugar de los veinte destinos preferidos en el mundo por los nómadas digitales, por delante están Dubai, Málaga, Miami, Abu Dhabi, Lisboa, Barbados y Barcelona. El alcalde Jaime Martínez debería tomar nota de que los puntos fuertes de la capital son el acceso a internet y la calidad de vida, y en menor medida el clima, la conectividad aérea y el precio de la vivienda. La cuestión, por tanto, no es parecerse a otras ciudades si no ofrecer buenos servicios y por tener personalidad propia; algo de lo que Palma tiene de sobra si se quiere potenciar de manera adecuada. Esta es la clave, y para ello basta poner ganas y amor por la ciudad, ingredientes de los que carecía su predecesor.