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Escuchar en cualquier bar mientras tomas un café, o esperando un semáforo que se ponga en verde, o en el colmado de la esquina, lindezas como «a todas las mujeres de verdad les gusta que las piropeen los hombres» o «al frente del 8-M hay mujeres que no son mujeres», no te causa estupor porque la mala costumbre provoca que tus oídos se adapten sin escuchar a semejantes muestras de machismo y ordinariez procedentes de hombres que se catalogan como hombres de verdad sudando ignorancia y estupidez por todos los poros del cuerpo. Pero, claro, si ese fulano, rancio y chusquero, se incorpora a un equipo de gobierno, pues los cinco sentidos reaccionan a lo que se entiende una vil y cruel broma del destino. En este caso, el destino de los ciudadanos de Baza (Granada), que tendrán que soportar a un australopitecus llamado Rafael Azor, Vox, que por cortesía del PP, ese partido «valiente y repleto de sanas intenciones», tendrá cargo de concejal. «Ese hombre de verdad» entiende que a una mujer caminando por la calle, apurada por el estresante ritmo diario que va a desembocar en una nueva migraña, le va a agradar que un cretino que destila fragancia de chimpancé le arroje con su tono de voz alguna gracieta referente a su anatomía corporal. Y encima le sonreirá exhibiendo todas sus caries, le enviará un beso de aliento tabacoso y le guiñará el ojo bizco como si a la mujer le entusiasmara convertirse momentáneamente en el objeto de las miradas de los transeúntes. Luego comentará la jugada con sus amigotes mientras juegan a ver quién orina más lejos exclamando que a la mujer le había levantado el ánimo que un machote como él, expresión bovina en un rostro orondo y rojizo de vino peleón, fuera amable con esa «pobrecita ama de casa» que en su desdichada vida hubiera podido imaginar que alguien de su estatus reparara en ella.