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Los resultados electorales del pasado 23-J, dadas las particularidades de nuestro sistema de elección del presidente del Gobierno y las ansias insaciables de poder monclovita del candidato actualmente presidente en funciones, Pedro Sánchez; que ha obtenido menos escaños y menos votos populares (personas que le han votado en toda España) que Feijóo, en tanto que éste obtuvo 8,09 millones, mientras que el socialista solo obtuvo 7,19 millones. Los escaños estuvieron 136 a 121. Aunque el socialista será capaz de conseguir, según dan a entender todos los datos observables, entre otros las vacaciones marroquíes que se ha tomado pasados los comicios, los votos necesarios para ser investido presidente y prorrogar su estancia en La Moncloa cuatro años más, que es de lo que se trata. Para lo que le ha servido la falta de escrúpulos. O sea (según Bing): «el carecer de dudas o recelos inquietantes para la conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral. Dicho de otro modo; actuar sin considerar la moralidad de la acción.» Moralidad común, por supuesto, pues la moral política es la del éxito. Prácticamente se trata de alcanzar el poder y mantenerse en él el máximo tiempo posible. Maquiavelo dixit. Por lo que desde el punto de vista político resulta impecable. Aunque los hay que están empeñados en no aplicar los criterios y normas de la moral política; aplicando incluso en los análisis políticos las mismas normas de la moral común; la que obliga a actuar de buena fe, cumplir los pactos, obligarse por la palabra dada, etc. Lo que generalmente les conduce a la melancolía, pues la realidad de la política es dura de afrontar. Son otras normas, pese a quien pese. Y esa moral es la que le permitirá conseguir (no pregunten cómo) los votos de los escaños separatistas, golpistas y exterroristas o herederos políticos de estos. La contrapartida consiste en facilitarles el camino para la consecución de sus objetivos políticos; no importa que todos ellos sean contrarios a los de nuestra nación. Pero que nadie se escandalice, el precio es lo que alguien está dispuesto a pagar por algo. Barato o caro, pues, son conceptos    relativos y subjetivos. Precio que es aconsejable pagar, si no por ser de justicia, –estamos en el ámbito de lo político– sí por conveniencia. Una legislatura, sin duda, bien vale un buen precio y la pena. Y más todavía si se paga con la chequera de los demás.