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No hay duda ya de la molesta compañía que le supone al Partido Popular su alianza, digamos que inevitable, con Vox. Estos días estamos siendo testigos del calvario e inmolación final que sufrirá Alberto Núñez Feijóo. La absoluta falta de criterio en sus relaciones con la ultraderecha tras los comicios locales y autonómicos de mayo ha cegado todas las salidas, PNV y Coalición Canaria ya han dicho que tururú, al líder de los conservadores en sus ansias por presidir el Gobierno. La pregunta es: ¿y ahora qué? Mantener el esquema actual es suicida, Vox ha demostrado que tiene en su lista de adversarios al PP y actúa como tal. No crean que la situación es novedosa, otro tanto ocurrió con Unidas Podemos respecto al PSOE y Ciudadanos en relación al PP y PSOE. Del resultado de aquella estrategia basta recordar dónde se encuentran ahora Pablo Iglesias y Albert Rivera.

Reitero que los perdedores de las pasadas elecciones generales del 23-J fueron Vox y Sumar, o si lo prefieren Santiago Abascal y Yolanda Díaz. Cuestión diferente es que la aritmética parlamentaria vaya a salvar a la segunda asida a Pedro Sánchez con los apoyos de regionalistas, nacionalistas, independentistas y prófugos. Estas son las reglas del juego si Puchi desde Waterloo no le da por forzar una repetición de los comicios.

Con este panorama es más que evidente que el PP debe reaccionar, diseñar una estrategia que rompa la dinámica actual con Vox; una formación que ha logrado desquiciar a la dirección estatal de los conservadores, en especial a su líder. Resulta obvio señalar que Abascal es el principal escollo, la pieza que impide un reparto sensato de papeles ante el electorado. Admitámoslo, este es el gran triunfo de Sánchez con la creación de Sumar, un partido acólito del PSOE allá donde vaya; del podemismo ya nadie se acuerda.

Queda una legislatura por delante en la que, y no me cabe la menor duda, en veurem de grosses con Sánchez en el Palacio de la Moncloa. El avance electoral del PP ha sido brutal, pero insuficiente si quiere alcanzar el poder estatal. Ahora es el momento de tratar de rentabilizar el poder logrado en ayuntamientos y autonomías; una tarea compleja si de verdad se quiere mantener las esencias del centrismo ideológico. Es posible. Los socialistas –la fugada Francina Armengol es un claro ejemplo de ello– lograron desmarcarse de los podemitas y sus ocurrencias con relativa facilidad.

El embrollo de Cort

el verso suelto del Ajuntament de Palma es un ejemplo palmario de la indefinición del PP con la ultraderecha, ese querer y no poder permanente que, al final, acaba desdibujando a la formación más potente. Por mucho que incomode al alcalde Jaime Martínez, el entendimiento con Vox es imprescindible si se quiere ofrecer estabilidad institucional. El portavoz de Vox, Fulgencio Coll, gana todos los pulsos que le interesan a base de golpes de efecto; mantener a Vox fuera del gobierno municipal puede acabar debilitando la gestión en la ciudad. Me sorprende que Marga Prohens no haya tomado cartas en el asunto para cerrar este importante fleco, dejar que se siga haciendo ruido aumenta la sensación de desconcierto.