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Se comprende la alegría progresista tras los resultados del 23-J. Los pronósticos de una victoria de la derecha –en sus diferentes versiones– no se cumplieron y hay opciones –más si no hay escrúpulos– para que el PSOE y sus satélites vuelvan a poner a Pedro Sánchez en el palacio de La Moncloa. Para ello es imprescindible pactar con el sector más radical del independentismo catalán, Junts –el partido de Carles Puigdemont– que plantea unas exigencias cada vez más elevadas para prestar sus votos imprescindibles para la investidura. No olviden que los separatistas catalanes quieren hacer un bloque unitario al que se unirá con seguridad EH Bildu. Si todo este batiburrillo logra salir adelante, nos espera una legislatura que será per llogar cadiretes. Veamos. La genuflexión que quieren imponer los independentistas al Estado es inasumible con el actual marco constitucional, circunstancia que obligará a que Sánchez incumpla sus compromisos; algo que no debe sorprender a nadie. Lo que no es creíble es que esta actitud carezca de consecuencias, al personaje ya se le conocen los trucos.

Hay un aspecto en el que observo que apenas hay alusiones: los perdedores. El carpetovetónico Santiago Abascal se ha pegado una castaña en las urnas que es un misterio que todavía no haya presentado su dimisión, la estrategia electoral ha resultado fallida en todos los sentidos; ha sufrido una sangría de votos, de escaños y, por último, ha impedido la victoria global de la derecha lanzando soflamas que han activado la izquierda que había quedado noqueada en los comicios locales de mayo. Peor imposible, pero él sigue como si nada hubiera ocurrido. La otra gran perdedora es la cuqui ñoña de Yolanda Díaz, que ha empeorado los resultados de Unidas Podemos; otra que se considera ganadora con su servilismo apesebrado al PSOE o, mejor, a Pedro Sánchez. Mi vicepresidencia y yo es su lema, por mucho que Sumar haya enviado a un soberanista como Vicenç Vidal al Congreso de los Diputados. Allí, Més comprobará lo que es tener el cul llogat.

El sentido común indica que la salida más razonable a esta situación es una nueva convocatoria electoral, resulta aberrante aceptar las exigencias independentistas para renovar un mandato como el de presidente del Gobierno. Más si llega de la mano de un prófugo de la justicia como es Puigdemont, pero resulta obvio que para Sánchez no hay ningún tipo de escrúpulos.

Ajustes en el PP

Una lección que el PP debe aprender del 23-J es que no pueden venderse la piel del oso antes de cazarlo y que las relaciones con Vox de que aclararse con urgencia, la diversidad de los pactos y la arrogancia de los personajes de la ultraderecha han acabando alertando a los ciudadanos con respecto a lo que podía llegar. Núñez Feijóo acabó desquiciado en sus propias contradicciones, arrastrado por los discursos delirantes de algunos de sus socios en ayuntamientos y autonomías; empezando por quienes no saben cuál es la pancarta adecuada tras un asesinato machista. Feijóo es la única opción acertada de la derecha si quiere llegar a recuperar algún día el poder. El rumbo se conoce; es cuestión de poner acierto y voluntad.