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Llámenme descreído, apático, o lo que les parezca más adecuado a la situación, pero a mí el asunto de la erótica del poder siempre me ha parecido que tiene unos efectos inversamente proporcionales en mi persona de lo que les pasa a muchos y a muchas, que parecen sentirse atraídos (cuando no excitados) por esas personas que con sus candidaturas y sus programas (o su falta de ellos) se presentan para dirigir nuestras vidas y enseñarnos a nosotros, pobres mortales que no sabemos nada de ciertos entresijos, lo que es necesario (y lo que no) para que podamos vivir nuestras vidas como deben de ser vividas.

Y claro, luego pasa lo que pasa, es decir, que como a quien esto escribe no le erotiza en absoluto el asunto, yo me fijo solamente en aquellos/as candidatos/as que menos vengan a tocarme las narices con sus moralinas y sus predicamentos, porque lo que hago es escuchar a ver qué dicen y cómo, y en función de eso, obrar en consecuencia mi derecho al voto (¡por supuesto!), apoyando a quienes tienen una ideología más o menos cercana a la que yo considero más coherente.

Y todo esto podría parecer una obviedad o una banalidad, pero habida cuenta de cómo hay tanta (tantísima) gente que parece ir a votar a quienes (dicen) tener atributos más gordos, o que directamente te escupen a la cara que tú no entiendes nada porque no les has escogido a ellos, no está mal en absoluto conservar un poco la calma y deserotizar tanto al poder como a sus representantes.