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Como esta columna está escrita días antes de las elecciones no puedo opinar sobre el vencedor, pero tampoco pretendía hablar de ello sino de supervivencia. Para un gran número de escritores el oficio de escribir es un ejercicio de supervivencia mental y emocional. Se trata de escribir o morir, escribo o reviento. Evidentemente luego está la parte puramente artística, que como es lógico va también de gustos. Unos se aficionan al género policiaco o romántico como también se decantan por el PP o el PSOE. A mí me gusta sentir la energía que desprenden los buenos autores como me gustaría sentirla en un buen candidato político. Eso se percibe de un modo natural, no hace falta adornarse ni hacer palomitas como haría un guardameta para lucirse.

De literatura entiendo un poco, de la jauría política mucho menos, pero de los primeros me interesa sobremanera la fuerza y energía que desprenden unos pocos elegidos. Eso me conecta con la genuina esencia del ser humano, el resto lo dejo para los más eruditos. Si bien soy capaz de distinguir un buen escritor de uno mediocre, la auténtica diferencia entre un superviviente y un aficionado, no lo soy de un buen político a uno mediocre. Sí soy capaz de detectar uno infumable como Feijóo (tal vez ahora esté celebrando su presidencia), algo que no es meritorio: todo el mundo percibe esas vibraciones incluyendo a los de su mismo partido. En el mundo literario para sobrevivir como autor, que es lo mismo que como persona, hay que sacar lo mejor de uno mismo, la necesidad de sobrevivir se canaliza en el arte literario.

Un autor puede convertirse en una especie de animal, un profesional que domina su oficio, algo que no es posible apenas admirar en un candidato político ya que siempre dan la impresión de ocultar algo, tal vez la amistad con un narco. Un profesional de la escritura, aunque mal viva, te conduce en limusina y no en un carromato de mulas viviendo a cuerpo de rey como un político.