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Tres días ya perdidos en la duda, sin un sondeo donde afianzarse, sin pronósticos. Ese síndrome produce serios trastornos. Quizá esté bien esa jornada de tregua para sacudirse los efectos secundarios de una campaña marrullera y de exceso de encuestas, con esa innovación importada llamada tracking, rastreo diario de la oscilación de la gente que duda. El criticado día de reflexión puede hasta ser bueno aunque las encuestas aseguren que todo está decidido y eso es más llevadero para el elector de arrastre y confiado. El otro elector, el que se rebela, el que sueña con que no todo esté perdido, tiene el aliciente del contra todo pronóstico. Hay poca indecisión y mucha experiencia en vaticinios, como aquellos de la quiniela en la que elegir resultados lógicos no daba un duro y se optaba por el dado o apostar por las sorpresas que dieran dinero. La prueba de que por ahí va el placer está en el desparpajo de Alcaraz superando a un tipo con mayor experiencia y más mala leche, favorito en las apuestas.

Entre las frases míticas del fútbol destaca aquella de la incertidumbre del resultado, que desmontaba el pronóstico o el deseo, metía miedo en el cuerpo y alentaba al más débil. Recuerda el tópico de está complicado pero no es imposible, que hay margen para la sorpresa. Esto lo lleva el CIS a rajatabla con el lanzamiento de su último sondeo, un flash (qué manía de abusar de anglicismos), una muestra rápida provocativa para quienes se sienten elegidos y gobiernan in pectore. Es lo más divertido de este final de campaña. Siempre necesitaremos un Tezanos.