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Recuerdo a menudo aquella boutade de José Luis Rodríguez Zapatero cuando propuso que España firmara una alianza de civilizaciones con los salvajes de Irán y compañía, esa gente que todavía hoy ahorca en la plaza mayor del pueblo a los gays y a las mujeres adúlteras. Y ha regresado a mi mente al leer las últimas noticias sobre las barbaridades que están ocurriendo en las piscinas públicas de Alemania. Como sabemos, aquel es uno de los países que con mayor hospitalidad está acogiendo refugiados que llegan a miles desde países en conflicto de Oriente Medio. Pues ahora que allí también tienen ola de calor, esos hombres –muchos jóvenes– acuden a las piscinas a tomar un baño y en vez de hacerlo, se vuelven literalmente locos al ver cómo las mujeres alemanas practican el topless con total naturalidad, como vienen haciendo desde hace décadas. Eso forma parte de nuestra civilización, la libertad individual, el derecho a disfrutar y decidir sobre nuestro propio cuerpo.

Algo, que evidentemente, en los lugares de procedencia de todos estos no saben ni lo que es. Y probablemente nunca lo sabrán. Esa es la «civilización» de la que hablaba Zapatero, la de la represión, la falta de derechos y la persecución inmisericorde no solo de algunas minorías, sino de la mayoría que representa la población femenina.

Porque, no lo olvidemos, aunque muchas veces lo parece, las mujeres no somos ninguna minoría oprimida. Somos la mayoría. Está muy bien acoger a quienes sufren y tenderles todas las manos que hagan falta, pero es lógico esperar un auténtico «choque de civilizaciones» porque salir de la arcaica mentalidad musulmana un día y aterrizar al siguiente en una piscina llena de mujeres semidesnudas no puede provocar más que un grave terremoto.