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Este año se celebra el 125 aniversario del ciclismo en Mallorca. A finales del siglo XIX, los espectáculos más importantes en la Isla eran los toros y las de bicicletas. Tanto Gaspar Font como Gual de Torrella canalizaron la afición al deporte más viejo de Baleares: se organizan pruebas reglamentadas en varios puntos de Mallorca. Se crea en 1899 la Unión Velocipédica Balear que tuvo uno de sus antecedentes en la Sociedad Velocipedista de Palma (1888) con sede en los bajos de la antigua plaza Libertad que posteriormente se convertiría en la sociedad Velódromo Palmesano. La Unión Velocipédica Balear –embrión de lo que en 1932 sería la Federación Balear de Ciclismo– aglutinó a los ciclistas de Palma, Felanitx, Manacor, Muro, Inca, Llucmajor, Santa Margarita, Pollença, Esporles… Eivissa, Maó, Mercadal. Este organismo articuló los reglamentos y estatutos, no pasando por alto las necesarias insignias de esta sociedad que se diseñaron y trajeron de París, ¡ahí es nada!

Los primeros velocípedos fueron espectáculo casi circense, se crearon incluso escuelas para aprender a manejarlos, una de ellas en s’Hort del Rei. Pero esta modalidad se fue perdiendo a consecuencia del abaratamiento de los materiales y de las cadenas de montaje que permitieron el uso de la bicicleta por las clases populares y a su vez el nacimiento del excursionismo cíclico, con ciertos toques de esnobismo, por parte de los más acaudalados que tenían buenos coches y jugaban al law-tennis: eran los denominados sportmans, cuya filosofía vital y ociosa vino a Mallorca de las modas francesas. Y es que montar en bici no estaba entonces exento de moralina. Un tal Barnills era juez en las carreras insulares y ciclista de segunda clase, y tras épico viaje por el norte de África, escribía como en Argel «había visto montar [en bici] a muchísimas señoritas, así como también a varios curas, sin que por eso se escandalice la gente, como sucedería en Mallorca si vieran montar a un cura».

Los que podían comprar entonces velocípedos conseguían a veces entrar en los círculos sociales más restringidos. Algunos mallorquines eran, a finales del siglo XIX, socios de número del Veloz Sport Balear o del Círculo Ciclista Felanigense, incluso cónsules de la Unión Velocipédica Española. Añadir también que algunos padres del ciclismo mallorquín fueron atinados escritores: Ignacio Seguí o Miguel Mestre sabían describir una excursión como si de una pintura se tratara. Ya había entonces varios talleres dedicados a reparar bicicletas, como Ciclos Cosmópolis. Bueno y recordemos a Ciclos Blando la centenaria tienda de bicicletas de Santa Maria (tan relacionada, por otra parte, con el Bar Central de mi querido amigo Tolo, en el Coll d’en Rabassa). A Ciclos Blando le dedicó hace unas semanas un reportaje Fernando Fernández porque este taller, memoria viva, cerró. Este artículo lo he escrito con mi compadre Gonzalo Pampín, otro habitual como las generaciones de los Blando del Bar Central, donde se come cocina mallorquina de la mejor y a precios muy asequibles.