TW
3

Este año no voy a poder quejarme de mi mala suerte como de costumbre. Estamos ya casi a mitad del verano y todavía no me ha tocado estar en ninguna mesa electoral ni me han invitado a ninguna boda. Ya ni recordaba cómo era ver pasar tranquilamente los días sin que venga alguien cuando menos te lo esperas a darte un sobresalto.

Porque ya me dirán cómo se supone que vas a reaccionar si una mañana cualquiera estás en casa ocupado en tus cosas y de pronto suena el timbre y al ir a abrir te encuentras que es el cartero o, lo que es peor, los novios. Con el cartero al menos no te sientes obligado a disimular y puede que si no tiene mucho trabajo hasta se quede un rato para consolarte. Pero los otros se supone que son amigos de toda la vida o incluso parientes. A ver qué cara pones cuando te dicen que te ha tocado y te entregan el sobre con la invitación y la tarjeta del banco. A Pedro Sánchez me gustaría a mí ver entregando invitaciones de boda.

Lo peor de todo es que, tal como se ha puesto la vida, los que tengan peor suerte ni siquiera les queda el consuelo de verle la parte positiva al asunto porque aquí la generosidad, hay que reconocerlo, está un tanto descompensada. Tal como están los tiempos, dos mesas electorales como las de este año a duras penas te dan para quedar medianamente bien en una sola boda. Aunque te toque de presidente.