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La OCB le pidió a la izquierda balear que facilitase el nombramiento de Marga Prohens como presidenta. Pensaban que así podrían evitar que el PP quede en manos de Vox en todo lo que concierne a política lingüística, educación en las aulas en la lengua propia y mantenimiento de una acción cultural digna de tal nombre. Sin embargo, tal ruego no habría resuelto nada, salvo el entreguismo de los progresistas. En el pacto balear PP-Vox ha mandado Madrid. Al fin y al cabo, ¿qué es Vox sino la prolongación de los populares, el largo brazo de hierro que les sirve de justificación para pegarse revolcones hacia el anti igualitarismo, hacia el madrileñismo más duro y rancio? ¿Acaso Campos y Abascal no fueron cargos del PP? ¿Acaso sus raíces ideológicas no son comunes? Unos tienen una imagen más refinada y los otros más ultramontana, pero a la postre son salsa del mismo menú.

La actual tenaza de los dos partidos le da frutos espectaculares al conservadurismo. Mientras el PP tiene sus apoyos más sólidos en círculos biempensantes de la clase media y en estructuras empresariales y profesionales, Vox les sirve como instrumento para inyectar demagogia entre segmentos sociales desfavorecidos que se han sentido marginados por la política burocrática de una izquierda meramente gestora y altamente aburguesada. La Europa democrática salida del hundimiento del nazismo repudia a la extrema derecha. Pero en España se da el fenómeno inverso. El Estado español se basó en la ideología ultraderechista hasta la muerte de Franco. Y de aquella génesis proviene la actual tenaza.

Los progresistas cometerían un error apuntalando al PP para aislar a Vox. Quedarían desarmados. Lo que ha de hacer la izquierda balear es una profunda renovación de personas y de ideas para levantar un nuevo viento de ilusión hacia 2027. Eso es política, el resto son lágrimas de perdedores.