TW
8

De perdidos, al río. Pedro Sánchez tira del manual del buen bolivariano y se dispone a visitar todos los medios de comunicación que hasta ahora consideraba hostiles a cambio de unos minutitos de efímera gloria radiofónica o televisiva. Aunque el entrevistador le propine inmisericorde candela, el presidente piensa que su bella imagen y sus dotes teatrales eclipsan cualquier cosa que haya dicho o hecho con anterioridad. Que hablen de mí, aunque sea mal.

No está mal visto. Sánchez tiene muy poco que perder y mucho que ganar con semejante estrategia. Cualquier cosa que suponga no bajar de los 100 escaños será vendida como un clamoroso éxito del líder de la izquierda española, aunque en realidad sea un paupérrimo resultado para un Partido Socialista que, con Felipe González, se había acostumbrado a incontestables mayorías absolutas. Eran, desde luego, épocas en las que resultaba impensable que el PSOE pactase con comunistas y, mucho menos, con los amigos de aquellos otros que asesinaban a sus diputados, concejales o militantes. Sic transit gloria mundi.

Pero Sánchez no se conforma con dejarse ver en campo contrario, sino que, con la audacia que le adorna, e imitando al patriarca de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, ofrece ahora a un público entregado su propio programa de entrevistas monclovitas, un remedo del genuino Aló Presidente inaugurado en un tête à tête con su ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, el locuaz José Luis Escrivá Belmonte, con linaje de reminiscencias santorales y toreras. El programa probablemente sea un fracaso en términos de share, pero concitó la atención de todo cuanto opinador patrio se precie. De las ruedas de prensa plasmáticas de Rajoy, a las entrevistas onanistas de Sánchez. La democracia española va como un tiro, solo que la bala va camino de acabar con la libre información.

Francina Armengol ensaya cada mañana ante el espejo su representación diaria de rasgado de vestiduras. Quien tragó sin aderezo todas y cada una de las exigencias de sus socios comunistas e independentistas durante ocho años, para desesperación del respetable, quiere dar lecciones de pactos a los demás. Armengol es, sin duda, la más lista de su bancada con diferencia, pero eso no debería llevarla al error de considerarnos tontos de capirote.

El Partido Popular preferiría, obviamente, no tener que tragarse el aceite de ricino que le dispensa Vox a cambio de su apoyo o abstención, pero los resultados de las urnas son los que son. Si algún votante atolondrado todavía no se ha percatado del problema que supone dejar en manos de los extremos la decisión final de quién debe gobernar, conviene que recapacite y el 23-J actúe en consecuencia. Si se pretende que gobierne una alternativa creíble al sanchismo, lo peor que puede hacerse es dejarla en manos de aquellos que, con sus ocurrencias, trabajan con más ahínco para que retorne la izquierda a las instituciones. En España no hay espacio para un ultraconservadurismo cuyo único norte es condicionar las políticas del partido mayoritario del centroderecha. Ese es el pasaporte más rápido para que la izquierda regrese a lo grande. No, Armengol no está asustada. Los que realmente estamos asustados somos quienes no queremos que vuelva de Madrid.