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Prácticamente, nadie critica la lógica de la coalición del PSOE con Unidas Podemos. Hasta el propio Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, que dijo que semejante posibilidad le quitaría el sueño, se echó literalmente en brazos de Pablo Iglesias, entonces el hombre fuerte de la extrema izquierda. En cambio, los pactos del Partido Popular con Vox a esos mismos les parecen una aberración antidemocrática.

Pese a ello, y renqueando todo lo que puede, el Partido Popular va firmando acuerdos de gobierno con el partido de Santiago Abascal donde no le queda más remedio. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, donde Vox se lo puso facilísimo, retirando de la ecuación a su líder autonómico, Carlos Flores, condenado hace veinte años por maltrato doméstico de palabra a su mujer. No le ha costado nada a su partido corregir lo que fue en su momento un error político y sobre todo mediático con el nombramiento.

Pero en otros casos, como se ve, el partido de Alberto Núñez Feijóo llega a pactos de gobernabilidad arrastrando los pies. Y no digamos en Murcia, donde a falta de mayoría absoluta se niega a alianzas del todo punto imprescindibles.

Ése es el gran dilema del Partido Popular, la necesidad de acuerdos con Vox, de una parte –ya que no tiene otro partido con quien pactar– y la incomodidad que le produce tener que hacerlo.

Ante esa disyuntiva, los populares deberían dejar de lado la retórica de la izquierda que tanto les impresiona y dar por buena la necesidad de pactar con quienes le están dando el poder territorial y pueden darle el poder nacional. Porque no olvidemos que ni en el mejor de sus sueños el Partido Popular sacará en julio mayoría absoluta y deberá preparar el camino, al menos psicológico, para una mayoría alternativa a la del PSOE contando para ello con Vox.