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Uno de los privilegios de las sociedades maduras y sabias es comprender que, en los asuntos públicos y colectivos, sólo lo contradictorio se mueve y lo que no se contradice a sí mismo acaba por empantanarse y, a la postre, marchitarse. La izquierda balear aún se está golpeando el pecho dando vueltas al trauma de cómo ha perdido el poder. ¿Qué hemos hecho mal?, se preguntan. Pero la propia incógnita lleva implícita la explicación de su fracaso. Tras ocho años calentando sillones y moquetas de poder, lo que determina el mañana, lo que legitima la obra realizada, lo que exige la soberanía popular, es el cambio de caras, caretas y caperuzas. El electorado, sea de izquierdas o de derechas, sea fiel, opte por la abstención o cambie el sentido del voto, rechaza en sociedades avanzadas como la balear el super profesionalismo eternizador de las cúpulas dirigentes. Por eso lleva ya casi un cuarto de siglo sabiendo votar cambio en una u otra dirección cuando ha llegado el momento.

Tras ocho años en el poder autonómico, sólo hay una realidad asumible, o aspirar a cubrir una etapa superior como es el Parlamento de Madrid, o regresar con honor a la noble vida de ciudadano raso. Es lo más aceptable y aconsejable. Pero seguir agarrados tras el naufragio al madero político de cúpula, donde sea y como sea, cuando una nueva generación de ciudadanos está alcanzando la madurez, cuando hacen falta ideas frescas, nuevo empuje y fe renovadora, es censurable y peligroso.

La izquierda balear en su conjunto necesita una renovación profunda tras el deber cumplido con creces en la etapa 2015-23. Eso la fortalecerá de cara al 2027. Si no lo hace, si se quedan otra vez los mismos, ya le están regalando desde ahora al PP un pasaporte que no expirará hasta el 2031. Sólo lo contradictorio avanza. Y todo debe removerse pronto, en los meses venideros, si de verdad desean levantar el camino hacia el futuro.