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No será la primera vez que en esta columna usted lea algo de Podemos. Puede que la última, así como van. Se desvanece un sueño. Un tsunami progresista que se cimentó sobre la indignación, el hartazgo y la crisis del 2010 y que ahora se deshace como un azucarillo. Un ocaso que se ha llevado por delante las mayorías progresistas de casi todas las comunidades autónomas y que amenaza inequívocamente con un eclipse total tras las generales del caluroso julio. Podemos se va al garete por méritos propios, por su nefasta gestión y por sus ansias de cambiarnos a todos la vida sin haber preguntado antes. Eran pocos y creyeron ser todos. No enumeraremos aquí las decenas de decisiones erráticas que les llevaran a la desaparición para no perder el tiempo en lo concreto. Un análisis de lo general nos bastará para saber que cometieron graves errores de partido por decisiones individuales que conllevaron consecuencias colectivas. Eran nuevos y creyeron saber más que los demás. Su nueva política resultó ser un truño comparada con la vieja política, que era mala de narices. Sus ideas, muchas de ellas tan geniales como ingenuas, crisparon más que solucionaron y ahora pagaran, ellos y sus socios, muy caros sus errores. Muchos de ellos ya no están, porque huyeron como ratas abandonando el barco antes de que este paciera para siempre en el fondo del mar.