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Adiario escuchamos denuncias de crímenes de guerra y terrorismo en la guerra de Ucrania, como si las guerras no consistieran precisamente en eso, en cometer crímenes masivos institucionalizados y extender el terror, a fin de causar la mayor destrucción posible y el mayor daño material, moral y mental al enemigo, finalidad única de cualquier guerra. Esto lo sabemos desde hace más de 3.000 años, y los primeros textos escritos en el mundo dan buena cuenta de ello, igual que si la escritura y luego la poesía se hubieran inventado para narrar hazañas bélicas y mortandades, y exaltar la gloria de reyes guerreros, grandes conquistadores y héroes vencedores en batallas sin fin. La guerra ha sido la principal ocupación de los humanos, madre de la historia, la épica y el arte, y en Europa no hay un centímetro de tierra que no esté sembrada con la sangre y huesos de generaciones de soldados, patriotas, víctimas y asesinos. Por si eso fuera poco, el cine de entretenimiento no ha dejado de mostrarnos guerras muy cruentas y sanguinarias, llenas de gente enloquecida y héroes habilidosos en el menester de matar y destruir.

Yo diría que a estas alturas deberíamos saber qué es una guerra, pero parece que no, porque incluso los propios contendientes denuncian a menudo crímenes del otro bando. ¡Crímenes en una guerra! La voladura de una presa en el río Dniéper, en Jersón, de la que se acusan mutuamente rusos y ucranios. ¿Se pueden volar presas en las guerras? Desde luego. Y puentes, hospitales, ciudades, carreteras. Hasta cementerios. ¿Y podría Ucrania haber reventado su propia presa? Desde luego que podría, si lo considerase favorable a su estrategia. En las guerras se puede hacer de todo. Yo antes de los siete años ya me sabía de memoria cómo Hernán Cortés quemó sus propias naves, en un gesto admirado durante siglos, que me obligaron a memorizar de párvulo. Ignoro si llegaremos a saber quién voló la presa (unos héroes, seguramente), pero da igual. Es la guerra, y la guerra consiste en eso. Quizá muchos, de tanto ver pelis bélicas, lo hayan olvidado, y como aquel juez pornógrafo que confundió una violación múltiple con una juerga, ya no distinguen crímenes de entretenimientos.