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Palma amaneció con tranquilidad el 7 de diciembre de 1937. Reinaba la calma chicha en la Mallorca franquista porque hacía dos meses que no sufría bombardeos de la aviación republicana. Antoni Bennàssar Gelabert abrió como cada día su farmacia de la Puerta de San Antonio. Tenía 62 años y hacía poco que se había trasladado a la capital desde el pueblo de Sencelles. Le acompañaba su hijo de 18 años y un practicante. Su mujer, María Amengual, se quedó aquella mañana en la vivienda, justo al lado del establecimiento.

Acababan de entrar en la farmacia cuando sonaron todas las alarmas de la ciudad. Una escuadrilla de 24 aviones asomó de golpe sobre el cielo de Palma. Todos corrieron hacia el sótano de la farmacia en lugar de aventurarse hasta el refugio antiaéreo que había al otro lado de la calle. Mala idea. Las bombas arrasaron salvajemente toda la zona y un proyectil les cayó justo encima. Un edificio de dos plantas se derrumbó sobre ellos. Antonio murió en el acto. Su hijo y el practicante se salvaron de milagro gracias a una viga cruzada. Cuando María salió del refugio, se encontró un escenario dantesco. Los bomberos tardaron 24 horas en sacar a su marido y su hijo bajo los escombros.

Vecinos, bomberos y soldados trabajaron varios días y encontraron más supervivientes. El balance final del bombardeo fue de 11 muertos y 30 heridos. Entre los fallecidos había un niño de 4 años y una adolescente de 16. Además de la Puerta San Antonio, las bombas habían caído en el puerto, la plaza de Pere Garau y Sóller.

El hijo se recuperó de las heridas en el hospital y cuando volvió con su madre le dieron una nueva mala noticia: debía trasladarse al frente de Aragón. Antoni Bennàssar Amengual sirvió como alférez en Huesca y en la Batalla del Ebro. Sobrevivió a la guerra, pero las escenas aterradoras que vivió aquel último año le marcarían el resto de su vida.

Al volver, se casó en Sencelles con María Llabrés Bibiloni, la cual todavía vive. Tiene 96 años y recuerda con nitidez esta terrible historia familiar. No la esconde. Ella y su hija Conxa me invitaron a pasar con ellas la tarde de este miércoles en su piso de primera línea de playa en Can Picafort. María estaba sentada en su sofá viendo IB3. Encima de la televisión había una foto de ella abrazando a su marido: «Era muy guapo. Cuando nos casamos, llamaba la atención con su uniforme de capitán». «Yo te cuento la historia. Quiero que se sepa, pero no pongas nada de política», me insistió. Su hija Conxa reconoció que todo aquello le hacía llorar: «Mi padre estuvo obsesionado con la guerra. Primero quedó sepultado junto a su padre y luego vio morir a muchos amigos. Tuvo depresión toda la vida». Ni Franco ni la democracia han compensado a la familia por aquel bombardeo. El farmacéutico Antoni Bennàssar Gelabert no aparece en los libros de Historia ni en listados de memoria democrática.

La familia salió adelante gracias a una finca que tenía en Sencelles. Uno de los nietos, llamado también Antoni Bennàssar, recuperaría el legado familiar y montaría una farmacia en Andratx. Allí sigue en manos de un bisnieto, Jaume Bennàssar.