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Un año multaron en Mallorca por exceso de velocidad al entonces rey Juan Carlos I y publicaron su nombre en un Boletín Oficial para que se diera por informado. Y una amiga periodista, antes de publicarlo, telefoneó a todos los juanescarlos y juanesborbón que vivían en Mallorca, que no eran muchos, por aquello de contrastar la noticia antes. Recuerdo a mi amiga periodista revisando, uno a uno, todos los nombres de posibles ‘sospechosos’ en un listín telefónico para preguntarles si tenían alguna multa pendiente. Supongo que aquello debió ocurrir, como muy tarde, en 2012 ya que ese fue el último que se editó en papel la guía telefónica; aunque, durante unos años, se siguió repartiendo un librito con las llamadas ‘páginas amarillas’. Una imagen parecida a esa, a la de mi amiga periodista consultando una guía telefónica, forma parte de la iconografía de las películas sobre periodistas, concretamente Todos los hombres del presidente.

La imagen icónica es la de Bernstein y Woodward –o la de Dustin Hoffman y Robert Redford– revisando en una biblioteca, la del Congreso de los Estados Unidos creo recordar, un montón de guías telefónicas en las que buscaban los nombres de quienes pudieran saber algo del asalto al cuartel general del Partido Demócrata en el edificio del hotel Watergate, en Washington. Los listines de teléfono son ya historia, como las cabinas, y no por qué se me han aparecido ahora y me han traído la historia del Watergate –quizá, la inminencia de la Feria del Libro, de las elecciones o de la llamada con un mensaje grabado de un candidato; o de todo eso a la vez, no sé– y de otras que tienen que ver con la consulta de números de teléfono. Estoy por llamar al primer número de teléfono de casa que recuerdo, no llevaba prefijo, claro, y preguntar si estoy allí y si me puedo poner. Tiemblo al imaginar la respuesta.