Bertrand Russell en 1929, el año en el que estuvo en Mallorca y luego en Rusia.

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Como es sabido, uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos y especialmente de los tiempos modernos, fue el Premio Nobel de Literatura galés Bertrand Russell (1872-1970). Con él la lógica y las matemáticas alcanzaron un renovado rumbo. Además, Russell fue el maestro, en el Trinity College (Cambridge), de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), tal vez el filósofo más enigmático y difícil de descifrar del siglo XX. En 1920, Bertrand Russell –ha escrito Jaime Nubiola– fue al Seminario de Filosofía y al Ateneo de Barcelona, invitado por Eugeni d’Ors y Joan Crexells (introductor de las teorías de Russell en España) a dar un curso en francés (la inscripción costaba 10 pesetas) dentro del curso ‘Materia y espíritu. El sistema del atomismo lógico’. Aprovechó aquel viaje para pasar, en abril, una temporadita en Sóller, con su amante Dora Black: entre naranjales y disfrutando del paisaje de sus montañas. En mayo de aquel año, Russell ya estaba en Rusia y en 1921 enseñando en la Universidad Nacional de Pekín. En la capital China conoció y discutió con un joven revolucionario, Mao.

Russell era un aristócrata, exactamente conde, su padre era vizconde de Amberley y su abuelo, lord John Russell, fue primer conde de Russell, y dos veces primer ministro con la reina Victoria, en el periodo de mayor esplendor del Imperio Británico. Ultima Hora ha podido reconstruir la visita a Mallorca de este relevante político inglés gracias a las Letters from Portugal, Spain, Sicily, and Malta (1812-1814), libro de 248 páginas editado en Londres, en 1875, por Chiswick Press. Estas cartas desde España y desde ciudades del Mediterráneo fueron escritas por un aristócrata inglés, George Augustus Frederick Henry Bridgeman (1789-1865), que acabaría siendo segundo conde de Bradford. Bridgeman, como era habitual entre los de su sangre, recibió una educación exquisita, estudió en el Trinity College y su familia era propietaria de una fastuosa mansión, Weston Park, en el centro de Inglaterra, condado de Staffordshire.

En ese viaje, en plena guerra napoleónica (1812 a 1814), por la Península y el Mediterráneo acompañaron a Bridgeman dos eximios británicos también de alta alcurnia, Roberto H. Clive y el ya mencionado lord John Russell. En septiembre de 1813 estos tres caballeretes recalaron en Maó desde donde dieron un salto de varios días a Mallorca: en Palma fueron muy bien recibidos, durmieron en el Palacio Episcopal y el capitán general de las Islas Baleares, el marqués de Coupigny, los invitó a cenar. George Bridgeman, en carta a su madre define Ciutat como «un hermoso pueblo antiguo». Se quedaron maravillados por la Serra de Tramuntana y los naranjales de Sóller. Volvieron a Menorca desde Alcúdia por Ciutadella en un barco de pesca, tardaron algo más de tres horas en volver a pisar tierra menorquina. Y esa es la historia mallorquina del abuelo de Bertrand Russell. Quisiera dedicar este artículo a mi maestro de inglés en el Ramon Llull y de Filosofía en la UIB, Alberto Saoner Barberis.