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España es una nación ciertamente risible. Si no fuera por la realidad que nos rodea, tan voluble, tan de plastilina, nuestra vida sería más aburrida. Ahora que pintan bastos desde los altos organismos financieros, el nuestro se ha convertido en el país que con mayor dureza está reflejando el desplome hipotecario. ¡Y hay quien se sorprende! Sin duda, vive en otro sitio. La economía nacional, a pesar de los gritos orgásmicos de nuestros políticos a tenor de las estadísticas, es endeble.Mucho. Una finísima tela de araña que nos sostiene de milagro en una danza precaria en la que, como en el juego de la silla, permanentemente tememos caer. Y la caída es larga, es fría y es dura. Pregúntenle a cualquier parado de larga duración. Si tiene más de 45 años, mejor aún. O a tantos y tantos autónomos siempre en la cuerda floja. O a los jóvenes que se emplean durante cuarenta horas semanales por mil euricos. O a esos que ni con esas logran colocarse. Recordemos que el desempleo juvenil ronda el treinta por ciento. El mercado hipotecario depende, en gran medida, de la estabilidad. Cuando atravesamos aguas turbulentas lo que buscamos es un asidero para no precipitarnos al vacío y ahogarnos. La confianza en el futuro –nos hipotecamos para veinte o treinta años– es fundamental. Así como el nivel de ingresos. Necesitamos saber que durante décadas tendremos suficiente para pagar el dichoso piso. Y esa certeza la tienen pocos. Jóvenes casi ninguno. Más mayores, tampoco demasiados.Cuando eleuríbor y los tipos bailan a un ritmo enloquecido, nosotros nos encogemos, tiritamos, temblamos de miedo. Parece que esto no se ve desde la confortable Europa.Allí no ha habido desplome hipotecario. No ven la realidad, solo las estadísticas.