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Cuenta la Policía Nacional que el domingo 16 de abril dos personas iban a embarcar en el último vuelo de Ryanair que partía de Santiago de Compostela rumbo a Madrid. Entonces, una de las encargadas del check-in le pidió a uno de estos pasajeros que probara si su maleta cabía en el gálibo que la aerolínea tiene en la puerta de embarque. Como probablemente temía que no habría manera humana de que la maleta cupiera en el espacio predeterminado y se vería obligado a pagar los casi cien euros adicionales para poder volar, reaccionó con cierta violencia verbal, apoyado por otro joven que le acompañaba. Hubo una discusión, como las que vemos frecuentemente en las puertas de embarque, sobre todo en las de las aerolíneas más baratas. Cuenta el atestado policial que aquello subió de tono, de manera que el personal de Ryanair, incluso estando acostumbrado a estas situaciones, no tuvo más remedio que llamar a la autoridad.

Minutos después comparecieron en la puerta de embarque dos agentes que pidieron a los dos viajeros que se identificaran. Esto casi siempre basta para calmar las aguas, pero no fue el caso porque uno de ellos le dijo a los policías: «vosotros no sabéis quién soy yo». ¿Existe algo más auténticamente español que aquello de «no sabe usted con quien está hablando» o «vaya con cuidado que no se imagina quién soy»?

Por entonces parecía ya evidente que los dos pasajeros conflictivos eran pareja. En todo caso, lo confirmaron ellos mismos cuando a los gritos acusaron a los policías de ser «homófobos». Igual de inexplicable fue la acusación de «fascistas» dirigida a los policías, porque hasta entonces nadie había situado ideológicamente a los actores.

Los dos pasajeros, muy seguros de sí mismos, decidieron embarcar sin acatar el requerimiento de los policías. Para entonces el tamaño de la maleta quedaba en segundo plano. Uno de ellos traspasó la puerta de embarque que ya se había cerrado y atrapó la mano de uno de los policías que intentaba pararlo. No quedaba más remedio que detenerlos.

Identificados, resultó que se trataba de José Andrés del Reino, alto cargo del Gobierno central, coordinador de área del Ministerio de Igualdad. El segundo era su pareja.
Un policía perdió su teléfono en el incidente. Sospechaba que se lo había cogido uno de los detenidos, que lo negó. En la comisaría llamaron al móvil que sonó entre las prendas del detenido que pasó la noche entre rejas.

El incidente ha sido ampliamente difundido en los medios, sin que el Ministerio de Igualdad haya querido hacer comentario alguno, en una actitud ni ejemplar ni digna de la función que tiene encomendada. Lógicamente, la oposición ha hecho leña, como era de esperar.

Apropiadamente para el Ministerio al que pertenecía, la conducta de este alto cargo era igual, absolutamente igual, a la que pudiera haber tenido cualquier gamberro de barrio, cualquier macarrilla ordinario, pese a lo que preconiza su partido político: viaja en compañías low cost, pese a que a las agrias críticas contra ellas por no pagar los salarios que tocan; intenta llevar más equipaje que el permitido como haría cualquier pillo del resto del arco ideológico; se niega a aceptar que le han descubierto y a pagar el sobreprecio ampliamente explicado en las páginas de la aerolínea en la que hicieron la reserva; se resiste a la autoridad policial esgrimiendo el antiquísimo argumento de que «no sabe usted con quién está hablando» y, por supuesto, aduce haber sido objeto de discriminación homofóbica e incluso fascista porque no cumplía ni con las disposiciones de la aerolínea ni con la obligación de canalizar su enfado dentro de las normas elementales de convivencia. Igual que cualquier otro pillo, lo que lo amerita para el Ministerio de Igualdad.

Sin embargo, observen que en todo este incidente sí hubo quien intentó seriamente cumplir con los principios básicos de la igualdad, pese a que no pertenecían ni al Ministerio ni al partido que lo promueve: las chicas del control de Ryanair y los policías nacionales. Las primeras, aplicando principios de justicia y equidad elementales, exigieron que la maleta cupiera en el gálibo, como exigen a todos los demás pasajeros; acudieron a la policía nacional sin admitir faltas de respeto, como habrían hecho con cualquier otro pasajero, incluso aquellos de los que uno sospecha que no son nadie; y los dos policías nacionales, que exigieron el cumplimiento de la ley sin importarles el cargo, la orientación sexual o la ideología de los afectados. Eso sí es igualitarismo, incluso sin estar adscritos a Podemos.