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Hace años que el economista catalán Santiago Niño Becerra pronostica un futuro distópico para la sociedad occidental desarrollada. Y lo hace basándose en el despliegue implacable de la tecnología robótica y de la Inteligencia Artificial. La primera consecuencia será la pérdida de millones de empleos, en tareas que serán fácilmente ejecutadas por estos nuevos métodos, que ahorran dinero y trastornos a los empresarios. Para que esa horda de ciudadanos parados no se hunda en la miseria o, peor aún –para los Estados– se echen a la calle para exigir por la vía violenta sus derechos, el catedrático cree que se llevarán a cabo dos iniciativas a nivel global.Una será la universalización de una renta básica para impedir que millones de personas se empobrezcan a niveles desconocidos desde hace un siglo. Eso garantizará un mínimo nivel de dignidad, una suerte de supervivencia elemental. En varios países se han hecho ya experimentos en este sentido. El segundo movimiento estratégico para evitar desórdenes peligrosos sería la generalización de un ocio gratuito o muy barato y la legalización de las drogas blandas. Lo del ocio accesible ya se ha hecho realidad, en forma de plataformas de contenido audiovisual que nos tienen enganchadísimos. Lo otro comienza a caminar también.El Gobierno alemán acaba de lanzar su propuesta para permitir con algunos límites la siembra, cultivo y consumo de cannabis. De momento parece que sus vaticinios van bien encaminados. Tiempo habrá de comprobar si acierta por completo y, de facto, nos convertimos en esa sociedad alienada y sumisa que profetiza, o hay alguna sorpresa. Conociendo el percal, mucho me temo que acabaremos drogados y encantados.