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No sé dónde he leído que lo que se lleva ahora, lo que priva, son las sensibilidades modernas. Yo no sabía de su existencia, toda vez que la mía –deduzco– debe de ser una sensibilidad prehistórica. Parece ser que debido a la existencia de dichas sensibilidades modernas el léxico se está quedando muy mermado, pues ya no se pueden utilizar palabras como ‘feo’, ‘gordo’, ‘calvo’ y otras por el estilo. Mucho menos ‘negro’ o ‘moro’. O qué me dicen de llamar ‘«vago’ a un niño que no se aplica en los estudios. Es algo así como un pecado mortal. Intuyo que decir de alguien que es ‘desgraciado’ pronto se penará por ley. No sé si es que estas sensibilidades pecan de susceptibles, pero lo que está claro es que se rigen por unos nuevos mandamientos que superan con creces los Diez Mandamientos de la ley de Dios. Con la diferencia añadida de que, mientras estos últimos exigían un esfuerzo a veces descomunal, los nuevos tienen al personal de lo más descansado. Son coser y cantar, que digamos. Con no soltar una ristra de palabras ya se puede transitar por el mundo más contento que unas castañuelas. Estos nuevos mandamientos que rigen las vidas de estos sensibles modernos –de piel fina como una ciruela– están chupados. No fumarás. No dejarás el grifo abierto. No comprarás un perro. No comerás carne. No dirás piropos. Qué fácil es seguirlos a rajatabla. Dónde vas a parar, si los comparas con el No robarás, el No matarás, o el No codiciarás los bienes ajenos, pongamos por caso. Aunque superen el decálogo de largo y sean algo engorrosos –porque en definitiva se trata de no ofender a estas sensibilidades modernas tan fáciles de ofender–, creo que me saldría más a cuenta cambiar de sensibilidad.