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El desembarco durante cuatro días en un lujoso hotel de Illetes del exduque de Palma Iñaki Urdangarin junto a su compañera, Ainhoa Armentia, ha despertado toda suerte de comentarios y no ha despejado ninguna incógnita. ¿Qué hacía el exyerno del rey emérito en Mallorca a las puertas de Semana Santa, coincidiendo con la estancia de doña Sofía? Todo parece indicar que Urdangarin está enviando señales. Ya hizo lo propio unas semanas atrás cuando se presentó, también con su nueva novia, en la casa que utiliza la familia de Felipe VI en Baqueira Beret. Tras estas dos fugaces apariciones se produjo un hecho que apunta a movimiento táctico o a contramensaje: el actual jefe del Estado apareció primero vestido de esquiador en Baqueira y luego en un restaurante de Palma sin su esposa, la Reina. Tanta incógnita sin despejar está convirtiendo a Mallorca, antaño conocida como la isla de la calma, en una nueva versión adaptada al siglo XXI de la isla misteriosa de Julio Verne.

Las reglas del sentido común indican que la balear mayor debería ser el último lugar del planeta en donde a Urdangarin debería apetecerle ir a pasar unas jornadas de relax. Fue aquí, en el Parlament, donde el diputado socialista Antonio Diéguez denunció irregularidades en el por entonces desconocido Instituto Nóos. Fue aquí donde, en otra legislatura, el conseller socialista Carles Manera entregó a la Fiscalía la documentación de Nóos. Aquí, Urdangarin fue juzgado junto a su esposa, la infanta Cristina. Y fue en Palma donde se le retiró el nombre de una calle al duque, que acabó entre barrotes y perdiendo el título. A nadie se le ocurría ir de vacaciones al lugar donde ha padecido un calvario. Entonces, ¿a qué vino? No lo sabremos: es un secreto inescrutable; uno más en el largo transitar de nuestra entrañable y sorprendente isla misteriosa.