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Yolanda Díaz es una política con enormes virtudes y sombras. La primera, sin duda, es su seriedad en su función de las obligaciones de Gobierno. Nada que ver con la política de algunos miembros de Podemos que no entienden que un gobierno de coalición se basa en el cumplimiento de las propuestas pactadas previamente a la investidura y, en las cuestiones sobrevenidas, buscar elementos consensuados. Sin embargo, su reciente carácter de lideresa a alto nivel del Estado me produce muchas preocupaciones.

Yolanda, como tantos otros, dejó a Izquierda Unida y, como tantos otros también se alineó con las tesis de Pablo Iglesias. La deriva de Iglesias fue realmente espectacular y llegó un momento en el que estuvo a la par con el PSOE. Después vino un largo declive hasta el punto de que Iglesias no pudo más y acabó explicando ante los suyos que Yolanda debía sucederlo. Sin embargo, Yolanda no quería la tutela de Pablo ni la preeminencia de los de Podemos. Lo que quería era su propia preeminencia
PS. Los partidos normales en gran parte de Europa, con militantes que discuten y votan, son mucho mejores que toda esta locura.