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Tiene en su mano la llave del Parlament y está a punto de cerrar y lanzarla al mar. Francina Armengol firma en una semana el decreto de con convocatoria de elecciones, las más disputadas desde que Francesc Antich le robó el Consolat por la mínima a Jaume Matas en 2007. Tras aquella legislatura de crisis económica, impago a proveedores, ruptura con UM y los casos de corrupción, estaba claro que las elecciones las ganaría el PP, así que José Ramón Bauzá arrasó cuando nadie sabía quién era. Conocerle durante esos cuatro años de legislatura de conflictos sociales nunca vistos hizo que la gente dejara de votarle y su derrota en 2015 a manos de la izquierda era una evidencia clara. Tampoco en 2019 se esperaban cambios tras una legislatura del pacto centrada en la recuperación económica y un PP enredado en disputas internas tras la salida forzosa de Bauzá, primero al exilio dorada del Senado y luego al paraíso del Parlamento Europeo, con cambio de partido de por medio.

Ahora nada está escrito. Los datos económicos acompañan al Govern pero la realidad política acompaña al PP. El Govern no ha salido especialmente dañado de una compleja legislatura motivada por la COVID-19. Los datos han sido buenos, hay trabajo y, por lo tanto, posibles votos entre los votantes socialistas, e, inesperadamente, hay una buena relación con los empresarios, que no harán campaña, previsiblemente, a favor de ninguno de los candidatos, algo que irrita en cierta medida al PP, que siempre ha visto en el rechazo del sector empresarial a la izquierda uno de sus arietes electorales.
Solo la vivienda se ha colado en la recta final de campaña, un problema que emborrona la gestión de Armengol, por mucho que se retuerzan algunas cifras.

Hay un esfuerzo inversor que llega tarde, sí, pero está en duda que sea la mayor ofensiva de la historia en vivienda pública porque eso yo lo hizo Francesc Antich. Así que, cada vez que Francina Armengol lo dice, desmerece a su antecesor. El principal escollo que deberá superar la izquierda es político y está en Madrid. Es allí donde las fuerzas centrípetas de la política nacional pueden tener un efecto centrífugo en las elecciones. El análisis que se ha hecho de la moción de censura es que ha servido para reforzar al Gobierno, pero eso no es del todo preciso: ha reforzado la alianza entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, pero ha abierto un nuevo abismo en las relaciones internas entre Podemos y la vicepresidenta.

No se sabe qué puede pasar entre Podemos y Yolanda Díaz, pero, si el panorama no está claro antes de las elecciones de mayo, tendrá consecuencias en el voto de Podemos que, sin son relevantes, pueden terminar arrastrando a toda la izquierda. Tampoco está claro, además, si Pedro Sánchez suma o resta y esa es otra de las incerterzas de esta campaña. Pero luego están en el PP y Vox. La extrema derecha ha salida escaldada del estrambote de la moción de censura, pero eso no tiene que ser necesariamente bueno para el PP. La derecha necesita todos los votos para ganar. Si los votos de los descontentos de Vox se van al PP, bien para ellos, pero, ¿qué pasará si los votos de los descontentos de Vox no van a ningún sitio?