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Debería dedicar este texto a la inauguración del túnel de Andratx tras casi un año cerrado por unas obras cuyo alcance no parecen justificar todo lo que han tenido que sufrir los vecinos de Andratx y Calvià. Ha quedado clara la figurera y poca vergüenza de quienes gustan de fotos y medallas que no les corresponden. La incompetencia, improvisación y falta de transparencia vuelven a cuestionar la ejecución de la obra pública en nuestro país (tampoco me atrevería a pedir que se haga un túnel en una semana como si fuéramos del norte). En fin, otro caso de politización del uso del dinero de todos y dejar de lado el interés y sentir general para desarrollar esas políticas de ego y programáticas que difunden los palmeros de turno. Política digna de hoguera como los ninots de las fallas de Alzira donde he podido vivir, por primera vez, la celebración de Fallas. Creo que el fuego y la pólvora ha sido lo que menos me ha impresionado y vuelvo con una lección de devoción y tradición muy fuerte y sentida. Todo lo festivo viene acompañado de una profunda emoción que se traslada de generación en generación. Un ejemplo de autenticidad moderna donde los elementos del pasado son catalizadores de un presente lleno de intensidad. Toda la Comunidad Valenciana se convierte en alegría y en cualquier rincón se reivindica una esencia que durante esos días sí parece existir y resistir. Unas fiestas impregnadas de algo que nos une y nos hermana y que demuestra que la tradición que algunos pretenden arrasar proviene de tiempos lejanos y de una cultura que alcanza todo el Mediterráneo. Estos días ha vuelto a aparecer Sant Antoni, la Mare de Déu de Lluc, el fuego purificador y los cacahuetes tostados como elemento constante en las mesas. En algunos momentos, si hubiera cerrado los ojos, podría pensar que la asociación que me ha brindado una oportunidad irrepetible (la falla de la Plaça del Forn) es de sa Pobla más antoniana. Cada acto que forma parte de estos días tiene su justificación y los que participan de ello conocen la finalidad del ritual como ocurre con cualquier celebración colectiva que identifica a una sociedad. Pueblos que se van diluyendo ante tantos peligros modernos o por el propio mestizaje que ha traído la globalización. Estas festividades son un grito de pertenencia que sí veo oportuno y necesario porque no es excluyente ni elitista. Son las fiestas de unos valencianos que reciben y acogen, aunque algunos abandonen ante la masificación y el atractivo turístico que generan. Dicho interés de los que no pertenecen al lugar no atenta, para nada, contra lo que se conmemora. Es un orgullo poder enseñar y compartir lo que somos y de dónde venimos. Lo contrario nos ubica ante una pobreza cultural que no podemos propiciar con el desinterés y la homogeneización que traen estos tiempos modernos. Quemar también es purificador y convertirlo en belleza sabiduría de antaño.