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El asco es una emoción violenta, pero muy rara; un rechazo inmediato y difícil de controlar ante la presencia de algo asqueroso. Y digo rara porque ni siquiera está claro que sea una emoción, o sólo eso. Se parece más a una percepción extrasensorial, un reflejo físico. Muy físico. Pero del físico de cada cual, porque no hay dos ascos idénticos, cada cual lo experimenta a su manera, y así como hay gente a la que le da asco todo, a otros en cambio se diría que nada les asquea. Yo no soy melindroso y me dan asco pocas cosas, pero eso sí, asquerosas de verdad. Aunque probablemente eso es lo que piensa todo el mundo de sus ascos, nadie se considera blandengue, por lo que me callaré esas cosas realmente asquerosas. No es mi intención hacer una lista de asquerosidades, sino reflexionar sobre el asco en sí. Que más que una emoción, que también lo es, se asemeja mucho a una percepción, es decir, a un sentido similar a los otros cinco. El sexto sentido, quizá, del que tanto se habla y que sin embargo todavía nadie ha explicado. Supongamos que ese famoso sexto sentido fuese el asco, y en sus percepciones (físicas, muy físicas) utilizase indistintamente vista, oído, olfato, gusto y tacto, o todos a la vez, a fin de detectar y reconocer lo asqueroso, ya para precavernos de ello ya para todo lo contrario, pues no falta gente a la que le chiflan las asquerosidades. ¿Y no les dan asco? Les dan, y eso es lo que les gusta. Pero no entremos en intimidades, volvamos al sexto sentido. Que si resulta que es el asco, por fin tendría sentido, se entendería. Por supuesto, si los aficionados al sexto sentido clásico (parapsicólogos y tal), que es una vaguedad tontorrona, prefieren considerarlo algo muy misterioso, no tengo inconveniente en decir que el asco es el séptimo sentido. Sexto o séptimo da igual, porque que es un sentido y abarca los restantes, no admite discusión. Si ves, hueles, saboreas, oyes o tocas algo asqueroso, te dará mucho asco. Dicho de otro modo. El asco es un interruptor emocional biológico, que se activa con independencia de la voluntad, pero también ese sexto (o séptimo) sentido que, a diferencia de todos los demás, percibe la realidad exactamente como es.