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Ha sido muy comentada la imagen de las ministras Irene Montero y Ione Belarra durante la reforma de la ley más famosa del mundo, el sí es sí de marras, ambas juntas y solitarias en el banco azul del Gobierno extrañamente vacío, mientras casi todo el arco parlamentario, de izquierda a derecha, les propinaba una zurra dialéctica y las regañaba sin miramientos. Incluso se han visto numerosas fotos en la prensa del abandono de esas ministras reprobadas en el yermo banco gubernamental, como si fuesen Hansel y Gretel en el bosque oscuro. Solas ante los peligros, pero no desvalidas, porque yo vi en la tele esa sesión parlamentaria, durante casi una hora con creciente malestar, y mi impresión fue precisamente la contraria. Se exhibían con orgullo, cargadas de razón, a veces cuchicheaban entre sí tapándose la boca con la mano igual que futbolistas sobre el terreno de juego, o miraban impávidas y desdeñosas a todo el Congreso, y su actitud de apabullante superioridad intelectual y moral, sólo comparable con la de ciertos obispos de la Conferencia Episcopal aguantando con santa paciencia las acusaciones del populacho, casi me dejó turulato. Hasta me asusté, porque hace años que no veía tal alarde de certeza moral.

Feministas de toda la vida, de izquierdas como Manuela Carmena, ya las han llamado, con paternalismo, «niñatas», o «esas tontas de Podemos», pero la exhibición del otro día me ha convencido de que no, nada de eso. Tampoco se trata de estrategia electoral para ganar espacio a costa de sus socios de coalición de Gobierno. Y no son hipérboles y peroratas, como les reprochó una diputada del PSOE. Es algo más, y mucho peor. Están realmente convencidas de que cualquier leve objeción a sus dictámenes es machismo y traición al movimiento feminista y los derechos trans, prueba de que el PSOE ha pactado con la extrema derecha el código de la manada (la cultura de la violación), y en definitiva, que todo el Congreso está abarrotado de fascistas. A mí mismo me miran como a un fascista desde esas fotos de prensa, solas en el banco azul. Que por supuesto, no piensan abandonar. Espero olvidar esa imagen, aunque es inolvidable. Icónica, se dice ahora. Y da un poco de grima.