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La lectura de la biografía de Aurora Picornell, del historiador David Ginard, me ha llamado la atención sobre la importancia de su marido y padre de su hija: Heriberto Quiñones González. Su vida parece sacada de una novela de espías. De origen moldavo, fue uno de los primeros agentes que envió Stalin a España para organizar el Partido Comunista y se instaló en Mallorca. Su edad y nombre real es todavía un misterio. Lo que sí sabemos es que fue uno de los responsables de la represión en Menorca durante la Guerra Civil.

Quiñones era un fanático del comunismo. En los años treinta entraba y salía de la cárcel con asiduidad, casi siempre acusado de portar una identidad falsa. En Mallorca entabló una relación con una joven militante del Molinar llamada Aurora Picornell y en 1934 tuvieron una hija a la que llamaron Octubrina Roja, en homenaje a la revolución bolchevique. Esto explica hasta qué punto la política condicionaba su vida. Aquella frenética actividad en favor del partido le obligó a viajar continuamente y convertirse en una pareja y padre ausente.

El golpe de Estado le sorprendió ingresado en un hospital de Madrid. Se trasladó a Barcelona para ayudar en la organización de la expedición del capitán Bayo pero no llegó a participar en la Batalla de Mallorca. A partir de septiembre de 1936, se instaló en Menorca (única isla bajo control republicano) como líder del PCE en Baleares. Desde allí gestionó la liberación de Aurora Picornell a cambio de unas monjas mallorquinas detenidas en zona republicana pero no tuvo éxito.

Como explica Ginard, iba siempre armado y con dos escoltas. Varias fuentes le acusan de participar en arrestos, saqueos de domicilios y asesinatos. En un artículo del 4 de noviembre de 1936 propuso «limpiar completamente toda Menorca de facciosos».

Así llegó la matanza del Atlante. El 18 de noviembre un bombardeo de la aviación fascista italiana provocó siete muertos en Maó. La gente pidió venganza y asaltó el barco prisión Atlante ante la pasividad de los guardias de seguridad. El historiador Juan José Negreira afirma que varias fuentes apuntan a Quiñones como el autor de la lista de personas que había que matar. Sacaron de sus celdas a 50 presos, la mayoría militares, y los asesinaron allí mismo. Al día siguiente, se repitió el episodio y mataron 23 más. Los testigos dicen que «unos se despedían, otros iban tristes, otros les echaban en cara su crueldad…». El capitán médico José Riera se arrojó al agua y allí mismo lo ametrallaron. El cadáver se quedó flotando hasta el día siguiente.

Las actuaciones de Quiñones fueron condenadas incluso por las otras fuerzas antifascistas. CNT, UGT y PSOE rompieron con él por sus «bárbaros procedimientos». Le llamaban «malhadado personajillo» y le invitaron a marcharse de Menorca.

Solo un mes y medio después de aquella matanza del Atlante, el 5 de enero de 1937, los franquistas asesinaron a su mujer, Aurora Picornell, junto a otras cuatro ‘Rojas del Molinar' en el cementerio de Son Coletes, en Manacor. Quiñones recibió la noticia varios meses después, cuando ya residía en Valencia. Sobrevivió a la guerra pero fue detenido al intentar reorganizar el PCE en la clandestinidad. Fue fusilado en Madrid en 1942.