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Todas las personas que conozco que superan los cincuenta años –incluso algunos más jóvenes– están locas por jubilarse. Llevan décadas dedicando el cuerpo, la energía y el alma a su trabajo. Están cansados y miran con sana envidia a los compañeros que llegan con alegría al momento en que les toca cambiar de vida. Es tema de conversación recurrente y muchos hacen planes para su retiro quince años antes de llegar a la edad. No es raro. La pensión media en España ha experimentado un salto cuántico y ya se sitúa en casi 1.400 euros mensuales, cuando millones de trabajadores de jornada completa no los huelen ni de lejos.

Eso supone un desembolso para las arcas públicas de doce mil millones de euros al mes. Y creciendo. Una auténtica fortuna que debemos multiplicar por catorce para conocer el total anual. Una barbaridad de cifra. Se explica porque ahora empiezan a jubilarse los miembros de la generación boomer, la más numerosa de la historia y la que ha gozado de carreras profesionales más estables y mejor remuneradas. Mucha gente cree que el sistema de pensiones es injusto –sobre todo los que no han cotizado o han trabajado en la economía sumergida–, pero no hay nada más matemático: si cotizas mucho, percibirás mucho. Y viceversa. Los boomers hemos currado mucho y hemos aportado mucho, así que ahora y hasta dentro de unos cuantos años nos corresponde recibir. Y, oye, genial, porque con ese ingreso estable se puede vivir con cierta comodidad, al menos si ya has terminado de pagar tu casa. El arte de birbibirloque será juntar esa cifra elefantiásica mes tras mes durante decenios con una masa laboral inestable, precarizada y con salarios que se sonrojan ante la comparación con la Europa desarrollada.