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Cuando la caza era para poder comer carne, para sobrevivir, el hurón era la estrella. Con mucho sacrificio lo alimentaba hasta con leche para que ayudara a cazar conejos con redes en la boca de las madrigueras. Estaba prohibido, como era delito usar pájaros de perdiz, bien cuidados por cierto, para el arte del reclamo. Los perros, sin problemas. Los de muestra eran y son un espectáculo impagable.

Cuando hay una corriente de regreso, de elogio de lo rural, de rescate de tradiciones, se enfrentan grupos por esa ley de bienestar animal que deja como están a los perros de caza. Unos, mayormente urbanitas, los quieren en casa. Otros, mayormente de las zonas vaciadas, quieren mantener la práctica cinegética viva y como fuente de negocio y empleo y hasta de atracción turística. Perros y reclamos son necesarios. El hurón solo se emplea contra plagas de conejos o si es necesario repoblar, como ha ocurrido en Baleares.

Hay desalmados, en el campo y en la ciudad, que abandonan perros cuando ya no sirven o son caprichos que molestan en casa. Si existen chips y registro de identificación, debe ser fácil empapelar al dueño que abandona o maltrata. El domingo, en LLoseta, tiraron un perro al torrente. Lo rescataron bomberos y policías, con luxaciones y varias vértebras rotas. Pero no todos los dueños son crueles.

En fin, que mientras sea legal la caza menor, práctica minoritaria de todas las capas sociales, mejor llegar a acuerdos y alejarse de extremismos. He recibido un meme: «Dejen de humanizar a sus mascotas. Son dioses, no humanos». Conviene recuperar la razón.