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Habrán oído decir que el infierno está pavimentado de buenas intenciones, o empedrado, o incluso alicatado hasta el techo. Esta frase no la inventó ningún cínico redomado, sino al parecer un santo del siglo XII, el monje cisterciense Bernardo de Claraval, a su vez impulsor del canto gregoriano y la arquitectura gótica. Dios sabe con qué intención lo diría, pero es tan exacta que transcurridos casi mil años tropezamos a diario con grandes ejemplos de ella. La ley del ‘sólo sí es sí’, por ejemplo, que a la vista de la calamidad que ha liado, y el infierno judicial que ha empedrado, por fin parece que la mitad del Gobierno la quiere arreglar. A buenas horas. La otra mitad, que no y que no, que nuestras intenciones son buenísimas. Así que lo siguen debatiendo. ¿Tiene arreglo el desaguisado jurídico? No mucho, la verdad. ¿Y por qué suceden estos desastres con las mejores intenciones? Bueno, esto lo sabemos más o menos desde el siglo XII. Porque tales buenas intenciones, al estar muy cargadas de razón, no atienden a razones, no reparan en los medios ni en detalles, y la acumulación de buenos deseos provoca ceguera cognitiva y obcecación en lo que creen fundamental, digamos en el qué, con gran desdén por el cómo. Y claro, todo sale al revés. Donde había un pedregal, aparece un infierno bien empedrado y alicatado. Jurídico, además. De tanto fijarse en la víctima (en el consentimiento), se olvidaron del delincuente agresor. Antes de que la ley del ‘sólo sí es sí’ se aprobase, ya decíamos muchos que sí, pero no, expresión que por cierto se remonta no a mil, sino a tres mil años. Quizá es el germen de todo pensamiento racional. Y luego, cuando estalló ese infierno gubernamental, y la ley del sólo sí empezó a hacer de las suyas ante la terquedad de varios ministerios en no tocarla, la frase clave, asimismo antiquísima y muy conocida por las mujeres, fue «Así no». Y entre el sí pero no y el así no, hemos pasado meses. Sin que la ceguera cognitiva de parte del Gobierno, y de varios ministerios (incluyendo el de Justicia), remitiese lo más mínimo. Tampoco ahora, cuando finalmente quieren arreglarlo. ¿Pero tiene arreglo? No mucho. Y sólo con buenas intenciones, seguro que no.