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Fue Antonio Gramsci quien supo ver que la indiferencia opera como fuerza en la historia. Que opera pasivamente, pero opera. Acontece en nuestro país en nuestros días en relación con determinados rumbos de la vida política. Por poner un ejemplo: es un hecho que el Gobierno que preside Pedro Sánchez se beneficia de la indiferencia de buena parte de la población ante el escándalo que está provocando la llamada ley del ‘solo sí es sí’, que por sus deficiencias técnicas está favoreciendo la rebaja de penas y hasta la excarcelación de delincuentes condenados por agresiones sexuales. En un país como España en el que hemos conocido multitudinarias manifestaciones de protesta por todo tipo de cuestiones, la indiferencia ante los efectos indeseables que está propiciando la mencionada ley es llamativa. Dicha pasividad es fruto de un hecho que explica otras muchas anomalías. En este caso, la calle está ausente porque es la izquierda la que administra los resortes mediáticos de la agitación y esta ley que impulsó el Ministerio de Igualdad que dirige Irene Montero y cobija el núcleo duro de Podemos se beneficia de silencios que frente a otros escándalos y en otras circunstancias estarían ya programando manifestaciones y batucadas.

Modificar la ley como exige la oposición –y también el sentido común– sería tanto como reconocer que han errado. Y Pedro Sánchez no acostumbra a reconocer sus errores. Se sabe dependiente de la alianza con Podemos y no moverá ficha salvo que, por la cercanía de las elecciones regionales y municipales, surta efecto la presión de algunos barones socialistas como el castellanomanchego Emiliano García-Page, que es de lo poco que queda en el PSOE no del todo abducido para la obediencia sanchista. Pero para ser justos habría que reconocer que la clave de fondo de este asunto es la indiferencia de una parte de nuestra sociedad. En el ámbito político y moral, no ver lo que está pasando acaba siendo una forma de complicidad.