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La noche de Reyes es, si mal no recuerdo, la primera ocasión que se te presenta para preguntarte si no te iría mejor por la vida haciéndote pasar por tonto, como aquel emperador, Claudio, que descubrirás luego en una serie de televisión basada en la novela de Robert Graves. La noche de Reyes es buena ocasión para preguntarte por las ventajas de no saber –como escribirá más tarde    Javier Marías– o de hacer como que no sabes. La noche de Reyes es, si mal no recuerdo, la que te lleva a resistir creer en esas habladurías que oyes por ahí (a veces en boca de personas muy de fiar) sobre que esos tres tipos no existen en realidad. Otra opción que se te presenta cuando le das dos vueltas a la noche de Reyes es, si mal no recuerdo, la de dedicarte a investigar y descubrir todo sobre ese misterio. La cuarta opción, e igual es la que eliges, pudiera ser dar por bueno que existen, no sólo esos Reyes que llegan de noche sino cualquiera otra cosa que quieres creer o inventar y tomarla como la realidad más absoluta: dar la noche de Reyes por buena sin más, como das por bueno que algún días cruzarás por las puertas de Anubis o que si te metes en un libro gigante, como hacen el capitán Tan y Valentina, podrás ser protagonista de sus historias. O, también (aunque eso daría para otro tema y es bastante interpretable), si la vida te va a llevar por los caminos del periodismo, o por los de contar historias, que es otra manera (y más verdadera) de llamar al periodismo cuando le quitas todo lo demás. Y si eso ocurre, comprobarás que llega una noche de Reyes y alguna vez te encargarán describirla. A cualquier periodista le han encargado, alguna vez, que escriba de la Cabalgata. Y siempre termina creyéndose que es de verdad, y se mete tanto en el papel que pregunta a la chiquillería y a la gente más mayor qué les parece lo que ven y hasta qué han pedido a los Reyes para esa noche.