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Tailandia es un paraíso para el turismo gay, pues las alegres gentes de allá se abstienen de juzgar y aceptan con naturalidad a cualquier ser humano que les visite. No es raro cruzarse con transexuales en sus calles, completamente integrados en la sociedad. El secreto de esta actitud ante la vida es que es el país más budista del mundo –junto a Camboya–. Queramos o no, la religión siempre ha determinado nuestra forma de ver la vida y el mundo que nos rodea, pues en ella se asientan los valores de cada una de las sociedades creadas por el ser humano. También en el sudeste asiático, pero con prevalencia musulmana, otra potencia turística es Indonesia. Situación que podría cambiar en pocos años si las intenciones de sus gobernantes de controlar la vida sexual no solo de sus habitantes, sino también de quienes les visitan, se hacen realidad. La célebre Bali, paraíso de los hippies y los surfistas desde los años sesenta, podría ver cómo se cierran sus hoteles y discotecas si las nuevas leyes se aplican con la misma crudeza de otro país musulmán icónico: Irán. Todos los libros sagrados –la Biblia, el Corán, la Torah– contienen normas de comportamiento para quienes practican esa religión. Y todos imponen un punto de vista antiguo en aspectos como la comida, el vestido y las relaciones. El mundo ha cambiado radicalmente desde que se redactaron esos textos arcaicos, pero quienes los siguen a pies juntillas pretenden que vivamos como aquellos antepasados de hace mil, dos mil o cuatro mil años. Indonesia se dirige hacia ese oscuro pozo: las nuevas leyes prohíben la cohabitación y las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Una revolución que puede cambiar el mapa turístico mundial.