TW
0

Sosiego es una hermosa palabra en desuso, casi malsonante; si le dices a alguien que se sosiegue le estás insultando. No se puede tener sosiego llevando siempre un teléfono móvil cibernético en la mano, y quizá resulte ofensivo recomendárselo a alguien. En realidad, lo que le pasa a esta palabra es que ya no tiene sentido, pues aunque hasta las fieras salvajes pasan casi todo su tiempo sosegadas y perezosas, la gente no, y el desasosiego, la ansiedad, la agitación y el nerviosismo es desde hace tiempo nuestro estado natural. Si sosiego es un concepto sin sentido, desasosiego también, y dudo que incluso un genio tan aparentemente apacible como Pessoa pudiese escribir actualmente su Libro del desasosiego. Nadie lo entendería, ni siquiera en la magnífica traducción de Perfecto Cuadrado. Y no por su rareza, sino porque desasosegados somos todos, la normalidad es así, de qué sosiego me está usted hablando. Menos se entendería que un tipo tan aventurero, inquieto y selvático como Jack London, cuya novela Martin Eden leía en el retrete el jovencito y futuro gánster Robert de Niro en Érase una vez en América, escribiera versos recetando sosiego. «En el bar y en la estación de tren, sosiégate…», recuerdo que decían. Creo que luego enumeraba diversas situaciones complicadas en las que conviene sosegarse. Muy complicadas. Pero acaso no tanto como las actuales, porque en este mundo sin sosiego ya no se sosiega ni el gato. Mejor muertos que sosegados es nuestro lema. A la mayoría, como a los niños pequeños, lo de sosegarse les parece un disparate, casi una inmoralidad socialmente reprobable, ya que reduce la productividad, lastra la creación de riqueza y atenta contra las bases de nuestra civilización, que preconizan la actividad incesante y la inteligencia artificial, que no se sosiega nunca por imperativo mecánico. Otros temen que sosegarse es imposible hoy en día, pues a poco que se serenasen, se desquiciarían, perderían el paso y la realidad les arrollaría y les pasaría por encima como una manada de ñus. A estos les diría que se puede estar desquiciado sin perder el sosiego. Es cuestión de costumbre y algo de entrenamiento; yo es lo que hago. Lo aprendí de Pessoa.