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A finales de los años noventa llegué al gimnasio Body Power porque regresé a la barriada de Palma que me vio nacer. Mi afición por las pesas se inició a mediados de los ochenta. Pasé diez años en el extinto gimnasio Apolo y tres en el Deltoides, otro auténtico gimnasio de barrio. En aquel tiempo, a veces iba a un gimnasio, entrenaba un día y me piraba. Me gustaba eso. Recorrí un montón de gimnasios así. Uno fue el Body Power y mis recuerdos datan del año 1992. En aquel momento, ya me quedé fascinado. El clima que se respiraba era inequívocamente de barrio, como bajar de casa al bar de la esquina a tomar unas tapas y unas cañas. La gente te hacía participar de aquel clima edificante y entusiasta. Los dueños animaban a construir ese ambiente en aquel momento indestructible. Se entrenaba duro y se reía mucho.

En el 96 entrené allí un año consecutivo pero no fue hasta el 99 que me anclé definitivamente en este amado gimnasio de la plaza París. El Body Power siempre me ha servido de refugio, de cielo protector, debido a mi estado permanentemente depresivo, estado que forma parte de mí y no puedo rehuir. Puedo ser locuaz, dicharachero, burlón y un gañán pero también caer en el más absoluto silencio durante semanas enteras. Allí se aceptó sin preguntas esta circunstancia, que en esencia soy yo.

Nadie me ha apoyado tanto literariamente, aunque suene algo raro, como la gente del Body Power, siempre presente allá donde iba mi libro. Porque yo nunca he sido un escritor sino una rata de gimnasio que quiso publicar todos los libros posibles al igual que alzar pesos eternamente con el fin de alcanzar una congestión muscular. Schwarzenegger dijo una vez: una congestión es un orgasmo. Y en el Body Power he obtenido un orgasmo diario.