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El tren me deja en la Gare de l’Est cuando el partido hace ya casi media hora que ha empezado. Salgo corriendo de la estación y me encuentro con que en París está lloviendo y hace un frío que pela. Por suerte, mi hotel está a dos pasos. En la recepción hay un televisor enorme. España y Alemania empatan a cero. Subo a mi habitación y enciendo la tele y la calefacción. Sigue el empate a cero, pero la calefacción no funciona. Busco cuál es el número de teléfono de la recepción. No lo encuentro, así que tengo que bajar a reclamar. El recepcionista me dice que la calefacción funciona y me da unas instrucciones para regular el termostato. Subo de nuevo. Regulo el termostato pero la calefacción sigue sin funcionar. Vuelvo a bajar.

Continúa el empate a cero. El recepcionista sube conmigo y comprueba que en efecto la calefacción no funciona, pero España ha marcado y me he perdido el gol. Dice que me cambia de habitación. Tengo que bajar a recoger la tarjeta. Ya en mi nueva habitación, primero enciendo la calefacción y luego la tele. Sigue el 1-0, pero la calefacción tampoco funciona. Vuelvo a bajar. El recepcionista me sale ahora con que la temperatura de la habitación es la que toca por orden gubernativa y que no puede hacer nada. Que hay que ahorrar energía.

Me lo tomo como algo personal y discutimos. Mientras subo en el ascensor decido ampliar los términos de la reclamación que pienso ponerle a la cadena. No es verdad que en la recepción te atiendan también en español, como publicitan tan alegremente. Me he cagado en el padre del recepcionista y no me ha entendido una sola palabra. Entro en mi habitación. Alemania ha empatado y quedan cinco minutos. Ahora sí que se van a enterar.