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En cierta ocasión, cinco millonarios del mundo de las inversiones tecnológicas contrataron al reputado profesor de Economía Digital y Medios Douglas Rushkoff para una conferencia. Para sorpresa de éste, parecían estar sólo interesados en saber cómo obligar a obedecer a sus trabajadores y guardias cuando llegue «el evento», esto es, el colapso de la civilización.

Les hablaba hace dos semanas del inefable Elon Musk y sus desvaríos económicos y sociales, y les contaba también que Musk no es el único multimillonario con ínfulas de gurú tecnológico y guía de la humanidad: Peter Thiel, Marc Zuckenberg, Jezz Bezos, Warren Buffet, Larry Ellison o Richard Branson son algunos de los superricos que aseguran trabajar para salvar a un planeta que está a punto de pasar de la enfermedad grave a la agonía. Pero sus obras contradicen sus palabras. Más bien traman planes –confesos– para escapar de las consecuencias que la aplicación de su propio enfoque sociopolítico está causando a la humanidad y a la vida. Son conscientes de que la actual civilización global se acaba y pretenden refugiarse en guetos de élite, protegidos por esclavos y/o robots, o migrar, junto con otros elegidos, a otro planeta, o incluso cargar su consciencia en un superordenador y lograr así la eternidad (si la medicina no lo consigue antes). Se autoproponen como modelos sociales pero en realidad les sobra la gente, y su único amor es la tecnología, el dinero y ellos mismos.

Ojo: Hay universidades creadas a partir de esa doctrina, que va del neoliberalismo al anarcocapitalismo, y que paulatinamente infecta también a las universidades tradicionales, sobre todo en EEUU. Generaciones enteras crecen con esos modelos sociales, fruto de cuarenta años de neoliberalismo salvaje en los que se inculcó el egoísmo, el individualismo, la codicia y el darwinismo social como valores dominantes.

Les recomiendo la lectura de Rushkoff La supervivencia de los más ricos y cómo traman abandonar el barco. Deja claro que toda supervivencia pasa por lo colectivo y que los planes de los superricos son no sólo inútiles, sino contraproducentes. Somos seres sociales, y olvidarlo o pretender ignorarlo es la forma más segura de extinguirnos.