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Las primeras Navidades en que se utilizaron luces led para decorar las calles de Palma fueron un poco extrañas para muchos de nosotros, pues esas bombillas nos parecieron entre lánguidas y mortecinas, como si anunciasen casi el fin del mundo en lugar de su resurgimiento. «Això, ni són llums de Nadal, ni són res!», dijimos entonces, con nuestro sereno y afable carácter habitual. Hasta ese momento, la potencia de las antiguas bombillas navideñas había sido siempre de tal magnitud, que yo creo que en más de una ocasión algún palmesano estuvo tentado de salir alguna noche a pasear con gafas de sol, para evitar ser deslumbrado ante tanta intensidad lumínica. En aquellos años pre led, llegué a tener la convicción, algo irracional, de que nuestras luces navideñas debían de verse nítidamente incluso en la Estación Espacial Internacional. Desde entonces, han pasado ya más de dos décadas, en que por fin nos hemos acostumbrado a las luces de bajo consumo. En realidad, diría que los palmesanos nos hemos acostumbrado ya a casi todo. Ahora, el debate no se centra ya en las luces, sino en qué día de noviembre deberían encenderse, que cada año es un poco antes. De hecho, de seguir al ritmo actual, me temo que cualquier año el encendido se hará ya en Halloween, con nuestro querido alcalde y todos nosotros disfrazados para la ocasión. Por si acaso, yo ya tengo en casa para el encendido de 2023 un elengantísimo disfraz de Drácula y unos muy logrados colmillos de imitación.