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La mayor parte del conocimiento y las creencias que sostenemos con absoluta certeza son fruto de tópicos repetidos mil veces, de hallazgos científicos antiguos que han sido desmentidos mil veces y de ese vox populi que se repite sin cesar en los medios de comunicación. Es decir, mentiras podridas. Pero ahí siguen, porque las creencias sin fundamento tienen las raíces muy largas y hay poca gente dispuesta a acometer una buena poda, porque resulta impopular. Ahora comprobamos cuánto daño ha hecho al inconsciente colectivo aquel mantra aterrador que acuñó José Luis Rodríguez Zapatero –que no sé si es muy tonto o muy iluso– al emprender su nefasta «alianza de civilizaciones» con sátrapas de la calaña de los dirigentes iraníes y sus filiales. Acabamos de verlo en Palma: una chiquilla paquistaní apaleada, esclavizada y obligada a casarse con un desconocido a los catorce años. Nos dirán los progres de pacotilla que hay que respetar las tradiciones de otras culturas y tal. Pues no. Nunca jamás cuando esa supuesta ‘cultura’ se basa en esta clase de maltrato a los débiles, machista y asqueroso, que tanto recuerda a aquella práctica criminal tercermundista –más habitual de lo que queremos creer– de vender a las niñas de la casa –y destinarlas a la prostitución, el tráfico de órganos o iniquidades parecidas– porque su dote es muy costosa. Espero que a nadie se le ocurra la desfachatez de defender a esa familia, a ese padre y a esa madrastra, incluso a los hijos varones, habituados a atormentar a su hermanastra por el mero hecho de ser hembra. Ser progresista significa –parece mentira tener que recordarlo– apostar por el progreso. Y ese mundillo de mierda del que proceden todos estos es cualquier cosa menos progresista.